Cada vez es más habitual que los gobernantes promulguen leyes y normativas con el fin último de regular y controlar todo lo que hagan los ciudadanos.
No me refiero a las leyes que sirven para mantener el orden y la cohesión dentro de la sociedad, ni a las que aseguran y regulan el correcto funcionamiento de las instituciones públicas y particulares, me refiero a todas esas normas que se entrometen en la vida del ciudadano argumentando un bien común mal entendido. No todas esas leyes y normativas miran necesariamente por el bien de la ciudadanía, escondiendo a menudo intereses ideológicos, fines políticos o incluso simple afán recaudatorio.
Es ya un hecho que los legisladores están inmiscuyéndose en la vida privada de los ciudadanos para imponerles ciertos usos y costumbres e intentar regular aspectos de la vida cotidiana que hasta no hace mucho ni nos hubiésemos imaginado, pero que con el tiempo se van plasmando en leyes a cual más absurda. Estas fiscalizaciones coartan libertades y cada vez con más frecuencia generan que la administración pública se intromisión en actividades privadas que no afectan aspectos sociales fundamentales.
Eso sí, lo hacen por nuestro bien y el de todos. Siempre ha habido partidarios de que existan determinados controles pero no todos han coincidido, por lo que en las sociedades modernas se ha impuesto a la hora de legislar el sentido común y la defensa de la libertad individual siempre que esta no dañe a la sociedad.
Es curioso que, a diferencia de lo que ha ocurrido siempre, actualmente las ideas de ciertos sectores y el buenismo que se está imponiendo en la sociedad hayan confluido haciendo que amplios sectores de la ciudadanía parezcan estar dispuestos a sacrificar muchas libertades en favor de su particular concepción del Mundo en el que quisieran vivir.
Los políticos se están aprovechando de esto para captar seguidores, valiéndose de una especie de populismo para los buenistas y los incautos que se dejen llevar por el entorno, incluidos los que temen quedar “aislados”.
Un método habitual es convertir en problemas a resolver cuestiones que la sociedad nunca ha demandado pero que todos debemos ver con buenos ojos en “aras del progreso” y porque “el mundo está cambiando”.
Basta con que un político descubra un sector ciudadano partidario de una determinada visión de un aspecto de la sociedad para que rápidamente legisle al respecto, saltándose hasta el sentido común con tal de contentarlo. Normas y controles buenistas que afectan a la libertad ciudadana son por ejemplo los que derivaran de la futura ley de protección y derechos de los animales (que parece risible pero no lo es) y también los derivados de regular los derechos de emisión de CO2 a la atmosfera (que están arruinando a nuestra sociedad). Continuaremos explicando estos y otros casos. Fuerza y salud.