Todo estaba preparado aquél 12 de septiembre en el Billie Jean King National Tennis Center, acondicionado para ejercer de plató en la fiesta prevista para Novak Djokovic y su cita con la historia.
En el palco presidencial del estadio Arthur Ashe, pista central del recinto, el mítico Rod Laver aguardaba a la resolución del último punto de la final del Abierto de Estados Unidos entre el jugador serbio y el ruso Daniil Medvedev, el alumno aventajado de la conocida como 'next gen', la camada amenazante que pretende poner fin al incontestable y eterno dominio del llamado 'big three' que conforman, además del balcánico, el suizo Roger Federer y el español Rafael Nadal.
Djokovic apuntaba al éxito en Flushing Meadows, de donde salió vencedor ya en tres ocasiones. El de Belgrado, de 34 años, había transitado por el 2021 con una superioridad insultante. Con el éxito bajo el brazo en Melburne, en el Abierto de Australia, en Londres, en Wimbledon, y en París, en Roland Garros. Nunca tuvo tan cerca el Grand Slam. La conquista de los cuatro grandes el mismo año en la mano.
Solo le faltaba Nueva York al jugador serbio para cerrar el círculo, redondear su carrera y situarse en el olimpo de la raqueta. Solo dos hombres lo han conseguido a lo largo de la historia. El estadounidense Don Budge, en 1938 y el australiano Rod Laver, en 1962 y 1969.
Laver, ahora con 83 años, el único que lo ha logrado en la llamada era open, tenía claro el protocolo. Estaba previsto que se trasladara desde el palco al centro de la pista a entregar a Djokovic el trofeo, a cederle el testigo. Estaba escrito; 52 años después, el registro del oceánico iba a ser alcanzado.
Pero Rod Laver no llegó a pisar la cancha. Novak Djokovic no ganó, la fiesta se suspendió y el récord no se logró. La ceremonia cambió el paso. Fue el estadounidense Stan Smith, campeón del Abierto de Estados Unidos en 1971, el que llegó hasta el podio para premiar a Medvedev, el hombre que frustró el festejo.
Una toalla blanca cubrió el rostro de Djokovic, hundido sobre su silla, con la cara inundada de lágrimas y pliegues de rabia. La frustración se ocultó detrás del paño. Quiso desaparecer pero el tiempo se hizo eterno.
Novak había desaprovechado una ocasión hasta ahora única. Apenas puso resistencia ante el ruso. Contra un rival al que había ganado hasta ese momento cinco veces, en las citas más relevantes. El serbio se derrumbó. Inexplicablemente decayó con estrépito, errático, nervioso, impreciso.
No supo superar el vértigo Novak Djokovic derrotado en tres sets (6-4, 6-4 y 6-4) y en dos horas y cuarto de juego. La presión superó al serbio, desorientado, descorazonado. Enfurecido con su raqueta, a la que hizo añicos en el cemento de la Arthur Ashe.
La angustia abrasó al serbio en el peor momento. Sometido a la mirada del mundo. Con el reto ante sí de instalarse como el mejor de siempre. Con el Grand Slam en la mano y con más torneos grandes que nadie. Nueva York apuntaba a su vigésimo primer 'major'. Uno más que Federer, uno más que Nadal.
“Siento alivio y gratitud. Desde el punto de vista mental y emocional ha sido demasiado. Demasiado de manejar. Han sido muchas emociones. Es una derrota dura teniendo en cuenta todo lo que había en juego. Emocionalmente todo esto ha sido difícil de manejar", reconoció Djokovic que antes de los Juegos Olímpicos de Tokio, a donde llegó como máximo favorito y después de más de dos meses sin perder, se refirió a la presión con sosiego.
“No voy a decir que soy capaz de aislarme de todo el ruido mediático que existe en torno a mí. Lo veo, lo escucho y lo percibo y sé que está ahí pero con el tiempo he aprendido a desarrollar mecanismos de gestión emocional que me permiten ver todo eso como algo positivo y no como algo que puede destruirme. Siento que la presión es un privilegio y que sin ella no existiría el deporte profesional. Los que queremos estar en la cima debemos aprender a lidiar con eso tanto dentro como fuera de la pista", dijo entonces·
Fue en Tokio donde Djokovic dio síntomas de flaqueza después de una exhibición brutal en la primera mitad del año que atravesó con los títulos en el Abierto de Australia, donde superó a Medvedev, el Masters 1000 de Roma, el torneo de Belgrado, Roland Garros tras vencer al griego Stefanos Tsitsipas después de superar a Nadal y Wimbledon, donde batió al italiano Matteo Berretini.
Solo dos derrotas hasta entonces. Frente el británico Daniel Evans en Montecarlos y el ruso Aslan Karatsev en Belgrado.
Todo cambió en los Juegos. Los presentimientos se tambalearon en cuanto la tensión fue mayor. El Grand Slam, el Golden Slam... fueron retos que sometieron al serbio que empezó a fallar en Tokio. El alemán Alexander Zverev le apartó de la lucha por el oro en los Juegos. Y un día después, Pablo Carreño le privó también del bronce.
Aun así enfiló el USA Open con todo a favor para erigirse en el mejor de la historia. Atravesó cada ronda, aceleró hasta la final hasta que Medvedev le privó del éxito.
La revancha llegó dos meses después. En el Masters 1000 de París donde sumó su título 86 después de vencer al ruso. Escaso consuelo.
Nada fue igual después, en el cierre del año. No pudo conquistar las Finales ATP, superado en semifinales de nuevo por Zverev. Tampoco culminar el curso con la Copa Davis. Serbia quedó en puertas de la final de Madrid tras perder contra Croacia.
Rod Laver no llegó a salir al centro de la pista del estadio Arthur Ashe. No hubo motivo ni testigo que ceder. Nueva York, una ciudad que convive con la grandeza, que coexiste con el espectáculo, guardó el guión para otra vez.
La next gen crece, acelera. Medvedev, Zverev, Tsitsipas, Thiem y compañía, mejoran y aceleran. Invaden poco a poco al big three. Laver espera. La historia también.
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El vértigo de Novak Djokovic
Todo estaba preparado aquél 12 de septiembre en el Billie Jean King National Tennis Center
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