Entre las pérdidas acumuladas que deja el año 2021 está la de Gabriel Delgado, el sacerdote que hizo de la atención al inmigrante que llega a la provincia de Cádiz el centro de su trabajo. La vacante que Delgado ha dejado al frente del secretario de Migraciones del Obispado de Cádiz y Ceuta la acaba de cubrir el cura italiano Sante Zanetti, instalado desde hace unos meses en Algeciras, tras realizar una intensa labor en América del Sur y, más recientemente, en Italia. En estos últimos tres años, ha estado atendiendo a los inmigrantes que arriesgaban sus vidas por las costas del Mediterráneo. Ahora, en la provincia de Cádiz, afronta un nuevo reto con la memoria de Gabriel Delgado muy presente y con la responsabilidad de mantener su legado.
¿Llegó a conocer a Gabriel Delgado en persona?
–Lo conocí desde el año pasado, cuando ya estaba bastante enfermo. Sin duda, deja una herencia preciosa. Todo el recorrido de estos años con la implementación de distintas actividades, asociaciones, la Fundación Tierra de Todos… y todo el diálogo que hizo a nivel de Cádiz y de España para favorecer este tema es algo precioso. Su legado es un reto muy importante para nosotros. En lo poco que yo le conocí, él se guiaba esencialmente por su espiritualidad, su manera de vivir la fe de forma encarnada. Para él, amar a Dios era amar al prójimo. Se guiaba por eso y puso su físico hasta el último momento. Así que es algo desafiante para nosotros poder continuar esta obra.
Gabriel Delgado tuvo la capacidad muchas veces de anticipar lo que iba a pasar con el fenómeno migratorio, que es una realidad muy cambiante. ¿Cómo cree que se debe abordar? ¿Cuál es la realidad de los que están llegando ahora a la provincia?
–Los flujos de inmigrantes son siempre inestables, cambian de ruta, les cortan una por un lado y se abre otro camino. Cuando hay gente desesperada por cuestiones de guerra, de injusticia tremenda, de peligro de vida, de hambre uno termina buscando formas de llegar igualmente. Ahora también estamos viendo viajes derivados del cambio climático en algunas regiones de África. Hay que mantenerse en el ejemplo que nos dio el padre Gabriel, que es mantener el ojo atento a la realidad, para conocerla y dar una respuesta adecuada.
¿Qué necesitan los inmigrantes ahora mismo que llegan a la provincia de Cádiz?
–Hay algunos que se quedan, otros que toman Andalucía como un paso para conectar con su familia en otro lado de Europa. Nosotros, muchas veces, les proporcionamos el pan, el cobijo, lo más inmediato. Además de dar comida y techo, algo muy importante cuando llega es darle una vida digna porque son personas. No son solo inmigrantes, no son mercancías, no son problemas. Son personas que llegan con toda su dignidad, impactadas por su tragedia, por el camino que han hecho, por el hecho de tener que emigrar. Y ahora acá los tenemos que recibir dándoles posibilidad de vida. Hay que verlos como un tesoro que nos llega. Muchas veces son familias jóvenes, que, bien acogidas, pueden ser parte del nuevo pueblo y dar un empuje a nuestras vidas.
En cambio, sigue habiendo muchas personas que los ven como una amenaza. ¿Hay posibilidad de convencerles para que cambien esa percepción?
–La única manera para dar un salto es la proximidad. Cuando nosotros nos acercamos y conocemos a una persona, hablamos con ella, colaboramos y trabajamos con ella, ahí cambia la perspectiva. Yo he visto a muchas personas que han cambiado de parecer porque su amigo del trabajo es un africano, y entonces ve que esa persona, que es diferente, tiene sus valores, su familia, lucha como él. Y esa proximidad convierte su mentalidad. Tanto del que recibe como del que llega. La cercanía siempre es beneficiosa para las dos partes.
¿Con qué recursos cuentan para esta atención a los migrantes? ¿Es suficiente?
–Siempre se necesitan más. Lo importante sería no solo tener un gran centro en Cádiz, sino lugares de acogida en diferentes pueblos. Es decir, pequeñas entidades desparramadas en el territorio que pueden acoger enseguida a un migrante que llega.
Usted ha trabajado en Italia en responsabilidades muy similares a las que tiene ahora en Cádiz. ¿Es paralelo el trabajo? ¿Qué aprendió de esos años?
–Los últimos tres años estuve cerca de Milán, en Piacenza. Es una ciudad como Algeciras en número de habitantes, donde el doce por ciento de la población, especialmente joven, en estos últimos años, ha emigrado a Irlanda, Australia, Inglaterra… Y resulta que un doce por ciento es también el porcentaje de población extranjera en la ciudad. El discurso que yo hacía con la gente de la parroquia era que a nuestros hijos que van por el mundo les deseamos lo mejor y luchamos por que el Gobierno del país al que viajan les facilite documentación, le ayuden a encontrar trabajo… Es decir, les deseamos lo mejor. ¿Y por qué no desearles lo mejor también a los que llegan a nuestra ciudad? Al fin y al cabo, es lo mismo, personas que trabajan, paga sus impuestos, aporta al bienestar de la ciudad. Y eso es el engranaje que ayuda a una convivencia que saca de un ámbito de conflictos de mi experiencia en Italia.
Y ahora que lleva unos meses en la provincia de Cádiz, ¿qué singularidad ha encontrado aquí?
–También aquí muchos jóvenes tienen que salir para encontrar trabajo en otro lugar de España o en Europa. La familia que vive una experiencia de migración comprende de manera más cercana y es capaz de abrirse mejor a un migrante que llega. Como en todos lados, hay personas que se deshacen por servir a estas personas que llegan, y otras que son cerradas, en un egoísmo o nacionalismo que solo encierra y no da lustre a un pueblo. Eso lo hay en todos lados.