Que una conversación telefónica, de 25 minutos, entre el presidente del Gobierno de un país y el líder de la oposición sea noticia e incluso tenga reflejo en las primeras páginas de los diarios de tirada nacional denota que algo no va bien.
Desde que Pablo Casado llamara a Pedro Sánchez hace ocho meses, a raíz de la crisis migratoria de Ceuta y el conflicto diplomático con Marruecos, ambos no habían vuelto a hablar salvo algún breve contacto informal en ceremoniales de alta estopa. Ahora, lo han vuelto a hacer, a iniciativa de nuevo del líder del PP, para compartir impresiones acerca de la situación en Ucrania, bajo la amenaza rusa, y la reacción de la Alianza Atlántica.
El diálogo es la sustancia de la democracia. Sin él, el sistema se resiente y denota falta de competencia política. La polaridad en la que se ha instalado la cosa pública en España durante los últimos años está generando situaciones como la descrita. Atrás dejamos, y lo asumimos como imposible, el quimérico pacto de Estado entre los dos grandes partidos, pero al menos es exigible un mínimo hilo conductor entre el presidente del Gobierno y el aspirante a serlo por muchas que sean las cuitas entre ambos y censuras hayan intercambiado en la Cámara Baja.
Los vientos electorales, que se levantan hoy mismo con el inicio de la campaña en Castilla y León, no traerán aguas propicias para la conversación. Sin embargo, es exigible que los dos líderes -más el presidente del Gobierno cuya máxima responsabilidad es intrínseca al cargo- dén ejemplo y mantengan un contacto constante, aunque no sea fluido.
No se trata de diálogos platónicos sino del mínimo necesario para un intercambio de opinión y pareceres que facilite la gobernabilidad y, además, proyecte una ejemplarizante muestra de madurez democrática en el momento más peligroso desde la Guerra Fría, según ha descrito Josep Borrell, alto representante de la UE para Política Exterior, a la crisis ucraniana.
Para que ese diálogo sea constante y productivo, la confianza es clave. El error de Casado, al poner en duda en Bruselas el reparto de los fondos europeos, no es la mejor manera de sembrar un clima propicio para la plática. Ambos líderes deben hacer el esfuerzo para garantizar lo que la sociedad les reclama: dejar al lado las rencillas por un bien superior.