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La crónica francesa, el homenaje de Wes Anderson al nuevo periodismo

Anderson vuelve a hacer gala de una libertad total hasta conseguir la película que estaba buscando, aunque su apuesta pretenciosa no llega a cotas anteriores

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La primera vez que fui a un cine a ver una película de Wes Anderson -Los Tenenbaums-, la taquillera me insistió en que eligiera otra. Obvié su arrebato de sinceridad, y aunque después pude entender sus motivos, era evidente que en aquella película sobresalía el taltento inquieto de un cineasta diferente. Seguí sus siguientes trabajos -Life aquatic, Viaje a Darjeeling- con el mismo relativo interés y el leve recuerdo de una ligera sonrisa. Sin embargo, cuando empecé a tomarlo realmente en serio fue cuando decidió dirigir una película de animación: Fantástico Mr.Fox. Me pareció brillante y divertidísima, y entiendo que le permitió explotar su versatilidad narrativa a la hora de ponerla en práctica en sus siguientes películas, hasta llegar a El gran hotel Budapest, que encarna el colofón de un estilo propio, que abarca desde un compromiso formal con la estética hasta el ritmo narrativo, precipitado siempre por un universo coral tan atractivo como delirante.

Tras explorar de nuevo el terreno de la animación con la también divertida y desaliñada Isla de perros, Anderson ha retomado el pulso, la estética y la estructura alocada de El gran hotel Budapest para dar forma a un nuevo trabajo, La crónica francesa, concebida, dicen, como un homenaje al mundo del periodismo, que lo es, en todo caso, al del nuevo periodismo, o periodismo literario, ya que lo que prevalece en la película es la consecuencia del mero placer por la lectura de los artículos de publicaciones periódicas especializadas, tipo The New Yorker, aquí plasmado a partir de tres textos en los que combina el color, el blanco y negro y la novela gráfica, como recursos visuales de un proyecto concebido como el planillo de la revista de un número recién publicado.

Y como suele ser habitual en el conjunto de su obra, hace gala de una libertad total para conseguir la película que estaba buscando, sin reparar en gastos, aunque su apuesta, siempre pretenciosa, no llega a las cotas de filmes anteriores, tal vez por la reiteración en el tono burlesco y disparatado, que hará gozar a su legión de seguidores, pero a costa de parecer redundante. En este sentido, Anderson ha llevado su cine a unas cotas apabullantes a partir del despliegue escénico, minucioso en cada detalle, en cada color, en cada iluminación, en el peinado de cada personaje, como si cada plano fuese un retrato digno de ser expuesto en un museo, aunque puede que todo eso no sea suficiente para encandilar con una película.

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