Rara vez comenzaba mi domingo antes de las 12:00 horas. La madrugada casi se había transformado en amanecer cuando llegaba a meterme en la cama. La culpa era de las ganas de salir de juerga propias de la juventud a las que se añadía la llegada del buen tiempo, con el calor haciendo prácticas para el verano.
De todas formas, no tenía muchas dificultades para recuperarme de la noche de fiesta. Mi castigado estómago recibía con alivio esa pócima mágica que consistía en un vaso de caldo calentito de puchero, que era, es y será siempre el mejor y más efectivo reconstituyente que se haya podido inventar. Sin perder la sonrisa, mi madre ya tenía preparada la comida que, para mi gusto, podría repetirse todos los días.
El primer plato venía repleto de un exquisito atún encebollado, con una salsa en la que se podría mojar una barra de pan. Pero convenía dejar hueco para lo que esperaba a continuación. Nada más y nada menos que unos caracoles con su jugoso caldo, por supuesto. Además, la adquisición de tan apetitosos manjares no suponía un gasto excesivamente elevado. Los caracoles, si no se cogían directamente del campo, se podían comprar, como ahora, a un precio asequible. En el caso del atún, las cosas han cambiado bastante.
En la segunda punta estacionaban varios barcos asiáticos que contrataban para el despiece de los túnidos a muchos jóvenes de la localidad a los que, además de dinero, se les pagaba con trozos del preciado pescado. Las madres, siempre tan solidarias, negociaban entre ellas. Unas para conseguir un dinero extra, que nunca venía mal, y las otras para poder llevar a sus mesas un alimento cotizado y sabroso.
No me canso de repetir que mayo siempre era, en aquella época, el mejor mes para nuestros paladares y estómagos. No cambio en absoluto ningún plato de esos domingos por alguna comida actual, por mucho que vaya evolucionando la cocina.
Ahora, el habernos convertido en la oficiosa “Capital Mundial del Atún Rojo” conlleva un tributo casi prohibitivo para gran parte de los bolsillos barbateños.
Sin embargo, desde hace unos años, mayo se viste de gala para albergar la Feria del Atún. Una festividad que crece como la espuma hasta el punto de hacerle seria competencia a las fiestas de nuestra Patrona, celebradas en julio. No queda, por lo tanto, otra opción que aceptar el cambio y adaptarse a los nuevos tiempos, sin que ello suponga renunciar a la añoranza por aquellos años de juventud y comidas apetitosas cuyo condimento principal era la sonrisa de mi madre.