Draquila-L’Italia che trema, el estremecedor filme de la cineasta y actriz cómica, presenta una imagen demoledora del primer ministro italiano y vincula la gestión de su Gobierno de las consecuencias del terremoto vivido hace un año en la localidad de L’Aquila con turbios negocios mafiosos.
Guzzanti narra en forma documental la intervención de Berlusconi en la reparación de aquel sismo, que causó más de 300 muertes, y la implicación de su Gobierno en nada menos que el desmontaje progresivo de las garantías democráticas en la república transalpina.
El 6 de abril de 2009 los habitantes de L’Aquila sufrieron las consecuencias de un devastador terremoto que las propias autoridades responsables pudieron anticipar y del que los intereses privados, ligados y confundidos con los del Estado, sacaron un provecho que Guzzanti denuncia en Draquila.
Ya el título del documental, de una hora y media de duración y que se exhibió fuera de concurso dentro de la selección oficial del Festival de Cannes, relaciona el nombre de la localidad con el de Drácula y, por consiguiente, hace referencia a un Berlusconi que deja a L’Aquila exangüe.
“¿Por qué los italianos votan a Berlusconi?”, se pregunta la cineasta en la presentación de un filme que muestra al primer ministro como un “vampiro” para Italia.
Y por medio de entrevistas, de imágenes robadas con cámara oculta, de patéticos relatos de las víctimas –engañadas con la promesa de un realojamiento que se convierte prácticamente en el ingreso en un campo de concentración–, y de las declaraciones públicas de Berlusconi, el documental ofrece varias pistas.
Entre ellas, la ya conocida y que explica que la influencia de la televisión, dominada por el propio primer ministro y que transmite la versión oficial, está en el origen de un auténtico desmembramiento de facto de la democracia italiana.
La realizadora pone en su objetivo la ridícula propaganda oficial, el encumbramiento de la persona de Berlusconi –con sus conocidos comentarios racistas y sexistas– pero, a su vez, muestra la escasa capacidad crítica de muchos de sus conciudadanos, deslumbrados muchos de ellos por la omnipresencia del padre primer ministro.
El ministro de Cultura italiano, Sandro Bondi, anunció que declinaba la invitación al certamen, en algo interpretado como un boicot por la proyección de esta cinta.