El cineasta alemán Werner Herzog prescindió de las referencias a la España Gótica y a los elementos que marcó Wagner en el libreto, y optó, en el primer acto, por una escena fría, con paredes montañosas blancas, unas estilizadas torres metálicas y una parabólica como elementos recurrentes de un espacio futurista con el que recreaba los dominios de Monsalvat.
Efectivo y espectacular resultó el tránsito al interior de la fortaleza, con el despliegue de la estructura móvil y la cúpula de grandes dimensiones que custodia el grial, el cáliz que utilizó Jesucristo en la última cena y que reproducía el que se conserva en la Catedral de Valencia.
El castillo del mago Klingsor, en el segundo acto, se presentó como un paisaje volcánico y sin ninguna referencia a la magia negra. La transformación en jardín mágico se realizó a través de efectos de iluminación (en tonos rojo pasión) y para su destrucción se volvieron a utilizar con eficacia los recursos mecánicos.
El gran triunfador de la noche fue Lorin Maaezel, que realizó una brillante dirección, apasionada y vehemente, que logró sacar momentos de gran emotividad a una Orquesta de la Comunitat que rindió a gran altura. Con 78 años, el director franco-americano dio muestras de gran vitalidad y mantuvo la tensión músico-dramática durante las más de cuatro horas que dura la representación.
El tenor británico Christopher Ventris (Parsifal), con una actuación correcta pero sin llegar a entusiasmar, supo evolucionar desde la simpleza de un “joven necio y puro”, tal como decía la profecía, a la fuerza dramática del héroe que salva la orden del Grial.
Por su parte, la soprano lituana Violeta Urmana (Kundry) exhibió su potencia vocal, con seguridad en los agudos y firmeza en los registros más bajos, en especial durante la escena de la seducción de Parsifal del segundo acto, ya que, en el tercero, Wagner la relegó a dos gritos y dos palabras (“servir..., servir”).
Muy ovacionados también fueron el bajo danés Stephen Milling, que encarnó a un Gurnemanz con un registro amplio y contundente, y el bajo-barítono ruso Evgueni Nikitin, que fue un rey Amfortas agónico y permanentemente herido, al que el público premió por su habilidad vocal.