Si hay un refrán que a este país le cae como un guante es ese de “ser más papistas que el Papa”. No hay ocasión que deje pasar un españolito que se precie en la que pueda demostrar que se puede defender una causa mejor y con más vehemencia que aquellos que la sufren directamente. La última ocasión en la que han podido demostrarlo es ante esta última subida del salario mínimo interprofesional.
Ahí los tenemos, bramando contra el gobierno porque se va a incrementar el SMI en un 5%, alrededor de unos 50 euros. Se tiran de los pelos, se mesan las barbas y se depilan las axilas a pelo, como acto de contrición contra tamaño desmán cometido contra los pobres empresarios. Porque ellos son los que generan riqueza, no esa panda de desalmados que constituyen los trabajadores. No tiene más que poner a un empresario en un macetero, dejarlo al sol y regarlo adecuadamente para ver los resultados. Ninguno.
Los hay que andan muy mosqueados porque, con cada subida del SMI, este sueldo mínimo se va acercando cada vez más al salario que ellos cobran, y claro, eso no puede ser, porque entonces se les explota esa burbuja en la que viven, bajo la creencia de que son clase media. Me van a perdonar, pero si tienes 5 personas invitadas a tu casa a cenar, y todos los platos que pones en la mesa no pertenecen a la misma vajilla, no eres clase media. Eres un currante, clase trabajadora, con muchas ínfulas, eso sí, pero clase trabajadora por muy temprano que te levantes y mucha foto que cuelgues en Instagram con los pies en la arena de la playa.
Que la subida del salario mínimo es beneficioso para las economías de los trabajadores resulta una realidad incontestable. Que esta subida activa el consumo, y con ello la producción, es evidente, cono así reflejan los datos estadísticos. Que hasta la patronal estaba de acuerdo, aunque la diferencia estribaba en el porcentaje de subida, es algo que la hemeroteca grita a cada cual que se tome un minuto en buscarlo. Que tú no vas a heredar la empresa por mucho que te quedes haciendo horas extra gratis, o por muy altos que sean los berridos que pegues defendiendo a tu patrón, a su cartera y a su cuenta bancaria, es una verdad innegable.
