Que una parte muy importante de la humanidad cree en el más allá es una evidencia, aunque del más allá poco se sabe. Millones de personas creen la existencia espiritual de la conciencia. Igualmente otros millones de seres humanos están convencidos de que después de la muerte solo queda la materia orgánica, que se degradará hasta volver a ser inorgánica. ¿Dónde se encuentra la causa de esta disparidad que afecta sobremanera al cotidiano vivir de cada cual? Cualquier búsqueda en internet arroja millones de referencias a ese más allá. A diario, aunque la muerte sea un tema tabú en muchas culturas, no es infrecuente que de ella se comente, relacionándola con algún desgraciado acontecimiento. Y es que la Muerte está presente constantemente en la vida. Porque esencialmente todo lo vivo es efímero. Tema este tratado en numerosas obras literarias que por su contenido también son filosóficas. Un ejemplo: “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique. (1440-1479). Lucido texto que alienta, por un lado, a la conciencia para que “Recuerde el alma dormida, abive el seso y desierte contemplado, como se pasa la vida como se viene la muerte tan callando” y, por otro, aborda un aspecto especialmente relevante, para aquella época y que guarda rabiosa vigencia en la presente, como es el papel que desempeña la muerte al igualar a todas las personas a pesar de las diferencias de clases sociales. Ricos, pobres, poderosos, serviles, dominantes, dominados, explotadores, explotados… todos. “Así que no hay cosa fuerte, que a Papas y Emperadores y Prelados, así los trata la Muerte como a los pobres pastores de ganados.” Para referirse a la futilidad de los intereses “mundanos” “Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que en este mundo traidor aun primero que muramos las perdemos.”
Percibir lo que la presencia de la muerte aporta a la vida supone una ventaja para muchas personas, no para todas. Ya que permite un mayor disfrute de esta última. La conciencia de la finitud de la vida permite valorarla en mayor medida, así como relativizar los contratiempos y asumir como un inmenso regalo el tiempo disfrutado con las personas a las que se ama y quiere. Es frecuente comparar la duración de la existencia entre seres vivos. Que si un año para un perro equivalen a siete de los humanos, que la ballena o el elefante o las tortugas son las más longevas… Y entre organismos vivos las diferencias pueden ser apreciables: La mosca del vinagre tiene una existencia de 4 horas que comparada con la media de muchos animales es breve, muy breve. Si comparemos la “longevidad” de cualquier vida terrestre con la edad del planeta tierra, 4000 millones de años, más o menos, o con los 14 000 millones de años que se supone tiene el universo conocido, habrá que convenir que toda una vida, por larga que se antoje, es menos que un chasquido en el tiempo cósmico. Y esta finita, casi instantánea existencia, se antoja una nada frente a una eternidad prometida por las religiones de todos los tiempos. Si se espera una existencia, nada más y nada menos que eterna más allá de la muerte, poco interés puede tener la vida terrestre por lo efímera que parece. Aquellas personas que no tienen esas creencias pueden sentir un inmenso bien sólo por la existencia de la que disfruta, ya que la materia inerte, que al fin y al cabo lo componen, pasa por el milagro de la vida, desde la inconsciencia a pensar, sentir, emocionarse. Y todo ello aunque sea un instante. Y aquí pega aquello de que ¡Me quiten lo bailao!
Sin embargo la Muerte da miedo a millones de seres humanos y ese miedo pudiera ser el sustrato donde se asientan las promesas de una vida más allá de la muerte. Se encuentran frecuentemente noticias en las redes sobre fenómenos de personas que vuelven después de la muerte. Un ejemplo la doctora Elisabeth Kübler-Ross (1926- 2004), que se especializó en la observación de los últimos momentos de personas moribundas. Las que recobraban la vida, después de un diagnóstico de muerte clínica, contaban lo que acontecía desde ese momento y ella recogía sus testimonios. Sus libros y conferencias, que van en este caso mucho más allá de lo observado y recogido en las entrevistas, pretenden dar “esperanza” a muchas personas que al fin y al cabo temen la muerte entendida como fin del camino. Clásicas son las referencias a un túnel con una luz cegadora en el extremo, visión desde lo alto de aquello que otros hacen en el cadáver, identificación de frases, personas, vestimentas de quienes están presentes en ese momento… un ángel que acompaña a modo de guardián de las “almas”… Parece que la ciencia no tiene explicaciones sobre estos fenómenos que se repiten. Posiblemente porque se da por sentado que esas personas “murieron” basándose en los indicios de los aparatos que miden la actividad cerebral, cardio vascular, respiración, temperatura… ¿Pudiera ser que lo que está ocurriendo es que de hecho a pesar de esos indicios la muerte no ha llegado aún? Cuanto por conocer sobre la relación materia y energía. ¿Tendrá algo que aportar la física cuántica?
Conviene preguntarse ¿Por qué ese miedo a la Muerte? Como diría José Luis Sampedro “Con esa señora nunca voy a encontrarme” De hecho cuando la muerte llega la conciencia ha desaparecido. Y ahí en ese momento trascendental donde se divide la humanidad: Una parte que asume su finitud sin trauma alguno y otra que teme el desaparecer, porque en el fondo el ego piensa y desea en lo más profundo ser eterno y se preguntan: ¿Cómo va a quedar en la nada este YO que sienta, que piensa, que crea…? Esa parte de la humanidad precisa de un garante de esa eterna vida más allá de la muerte. En la divinidad encuentran el fundamento de la prometida vida más allá. A lo largo de la historia de la humanidad se ha ido perfeccionado los atributos de la divinidad legitimadora llegando a dotarla de un carácter eterno, omnisciente, omnipresente. En otra ocasión será el momento de reflexionar sobre esos atributos
Fdo Rafael Fenoy