A estas alturas todos sabemos la distancia existente entre las dos entradas de este adjetivo que recoge el diccionario, siendo la segunda la más utilizada en la actualidad. La hablilla, moderna ella, la retoma, la rescata o la prefiere por el chispazo aparente en la ocurrencia y su inmediatez en la propagación.
A pesar de lo habitual y conocido, los populares TikToks nos siguen sorprendiendo, aunque la grabación se aprecie forzada. Por tanto, aparecen tropezones, caídas, opiniones, reflexiones, bailes, canciones y todo cuanto podamos imaginar. Por tanto, no escapan los concursos ni las secuencias, como la recibida hace un par de días en el móvil, un tiktok que probablemente venga retornado. Por esa razón se recuerda una cara masculina angustiada y pensativa asomando por la pantalla, bajo el membrete indicador del concurso de donde procede el video, por si algún espectador aprecia ese brumo de pose exagerada que parece rezumar. Durante un minuto escaso el concursante piensa la respuesta, el nombre de la primera escritora española candidata al premio Nobel de Literatura. Con preocupación verbaliza la duda entre tres o cuatro sin saber a quién elegir, mientras el tiempo se escurre por los miles de euros contados en off, por las posibilidades ofertadas por el futuro amarradas a la indecisión.
Convenimos en el derecho a la duda, a entender una mala jugada de los nervios, porque un plató debe ser un espacio horrible, desangelado y frío por mucho calor que den los focos, miren las cámaras y la gente no pare quieta. El concursante, desde el móvil, alarga un poco el silencio por donde se mueven esos cuatro nombres como confetis, empujados por la inercia del tiempo agotándose, golpeándole en el pecho o por ese minuto de fama que regala una respuesta ocurrente y meditada con destino a hacerse viral. Y lo logra. Apenas la suelta, el video empieza a contabilizar difusiones antes del primer segundo al terminar la emisión.
Por el fundido en negro del móvil taconea el TikTok como si fuera un suelo de baile, alejándose por el silencio raspando los oídos, mientras escuece la respuesta no por ser errónea, sino por haber sido pensada para que así fuera.
Puede que los años cumplidos no nos dejen entender esta etapa de pose continua, con la espontaneidad calculada y la ocurrencia aprendida. Los años cumplidos tampoco nos han enseñado cuánto podía cambiar todo en un segundo, lo que tarda una imagen en darle la vuelta a la tierra para lograr el máximo galardón concedido por las redes: la viralidad, la fama más efímera. Y usted, dilecto lector, asiente al reconocer el tropo.