Ha sido la frase de la Semana Santa. La pronunció Antonio Banderas, después de abrazar a dos pequeñas nazarenas que se dolían de la imposibilidad de salir de su cofradía debido a la lluvia: “Hay años de favores y otros de lágrimas”, vino a decir el actor. Y es cierto que este año, al menos en cuanto al lucimiento de las cofradías de nuestra Semana Mayor, ha sido malo, porque más de la mitad de ellas no han podido salir y las que lo hicieron, tuvieron que enfrentarse a una amenaza continua de precipitaciones que, sin duda, deslució los cortejos. ¿Y ahora, qué? Bueno, en primer lugar hay que alegrarse de que haya llovido, porque los pantanos han visto crecer sus reservas en 20 hectómetros cúbicos, lo que, al menos, dibuja un verano sin grandes restricciones. Y, en segundo lugar, podríamos hablar, de nuevo, del enorme desbarajuste que crea el aforamiento de calles en determinados lugares del Centro durante los días de procesiones, de la responsabilidad de algunas hermandades que, sabiendo de la posibilidad de que lloviera, se echaron a la calle sin pensar mucho en el patrimonio humano y cofrade que tenían detrás, o de la difícil convivencia de muchos malagueños con el nuevo recorrido oficial. Hay quien pide que se reflexione sobre el mismo de forma exhaustiva. Veremos. Pero, por mirar el vaso medio lleno, me quedo con imágenes que he vivido estos días en la calle y que, al menos, lo reconcilian a uno con la Semana Santa: la vuelta de la Esperanza por las callejuelas que rodean a calle Larios hasta desembocar en Martínez, la espectacular procesión de Mena, el encierro de la Cena, la belleza inigualable de los cortejos en el interior de la Catedral, las lágrimas de tantos chicos y chicas jóvenes que tienen ya a sus respectivas cofradías como un norte en sus vidas, lo que, a su vez, asegura el relevo, la alegría de Pollinica pese a lo lluvioso del Domingo de Ramos, el trabajo de los medios locales, encomiable desde todo punto de vista, con el fin último de llevar hasta las casas de los malagueños lo que ocurre estos días en el enorme teatro de operaciones en que se convierte el casco antiguo, la impronta del Rocío en un Martes Santo que sí se pareció a los de años anteriores o la fe de Nueva Esperanza. Este año han tocado lágrimas. Ahora viene la época de favores.
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Lluvias y favores
podríamos hablar, de nuevo, del enorme desbarajuste que crea el aforamiento de calles en determinados lugares del Centro
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