Se define la empatía como ese sentimiento de identificarnos con algo o con alguien en situaciones problemáticas o de sufrimiento. En el lenguaje coloquial podríamos definirla como “ponernos en el lugar de la otra persona”, pero conservando nuestra identidad. ¡Qué mundo tan distinto estaríamos viviendo si existiera más empatía! En la medicina, este concepto comenzó a considerarse en 1995 bajo el término “fatiga por compasión”. Aquellas personas que presentan un exceso de empatía, es decir, esas buenas personas fácilmente emocionables y con una sensibilidad muy alta, pueden sufrir el síndrome de desgaste por empatía. Estas personas suelen mostrar una mayor compasión por los que sufren y, a su vez, no suelen pedir ayuda.
La empatía entre paciente y médico puede comenzar por la “alianza terapéutica”, ligada a la confianza y el afecto que existe entre el profesional y el paciente. Es normal que cualquier suceso donde exista tragedia o sufrimiento ajeno despierte nuestra empatía, pero si esta persiste en el tiempo, puede llevar al desgaste por compasión. Precisamente, esta persistencia de la empatía es lo que diferencia a un profesional sano que trabaja con empatía de otro que padece este síndrome de desgaste. Igualmente, si el sufrimiento ajeno proviene de un familiar o de una situación que nos ha tocado también vivir, el sentimiento de empatía es muchísimo mayor.
Reconozco que la empatía me ha llevado más de una vez más allá de la relación médico-paciente, pero viviendo en un pueblo donde nos conocemos la gran mayoría y con pacientes que llevo tratando desde hace muchos años, no puedo obviar determinados padecimientos en personas cuya relación ha llegado más lejos de lo estrictamente profesional. Ocasionalmente, he detestado mi profesión, a la que tanto amo, porque aunque las enfermedades nunca son agradables, tener que dar malas noticias en circunstancias que deberían ser favorables, como la juventud, se hace extremadamente duro.
En medicina, cualquier situación o emoción que pudiera ser normal puede convertirse en patológica si es en exceso o persiste en demasía. Así, existe una enfermedad llamada síndrome de Williams, que afecta a uno de cada 7,500 nacidos por causas genéticas. Son personas extremadamente sociables y amigables, entusiastas y desenfadadas, que no distinguen entre amigos y conocidos, llegando incluso a contar secretos a desconocidos. Presentan también un retraso en la madurez, con tendencia a la ansiedad, impulsividad y hiperactividad, junto con hiperacusia (oyen más de lo normal), lo que les confiere una mayor habilidad para la música. Sus rasgos faciales también están definidos: labios prominentes, mentón y frente pequeños, y nariz puntiaguda.
En el otro extremo estaría una enfermedad que se caracteriza por la falta de empatía, con un habla pedante y un coeficiente intelectual más elevado de lo normal, conocida como síndrome de Asperger.
La tragedia de Dana en Valencia ha despertado una empatía de todo nuestro país hacia esa comunidad, por el desastre vivido y la escasa ayuda recibida. Esa empatía no debe confundirse con determinados políticos que aprovechan las tragedias ajenas para hacerse una foto fácil. Los médicos rara vez alardeamos de nuestros logros públicamente; sería impensable hacer una foto con la curación de un paciente. ¿Se imaginan a un cirujano en redes fotografiado con el paciente al que operó? No lo han visto, ¿verdad? Porque de hecho no lo hicimos durante la epidemia de Covid y el confinamiento, cuando hubiera sido una ocasión hasta, en algunos casos, justificada por la valentía que demostramos en primera línea. Tampoco lo verán en guardias civiles, bomberos... porque todas esas profesiones tienen por norma ayudar, proteger y servir. Es nuestro trabajo, no simular que estás en primera línea con traje y corbata, hacerte la foto y volver al avión a comer en casa.
Soy de la opinión de que los políticos deben usar menos fotos y mostrar mayor implicación en los problemas reales. Así, el concejal de deportes debería disponer de una oficina en el polideportivo, el de sanidad en el centro de salud, si fuese posible, y el de cultura en bibliotecas, para conocer de primera mano los problemas reales a los que se enfrenta la ciudadanía y empaparse de esa empatía.
Menos mal que, sin necesidad de fotos fáciles y con la única vocación de ayudar y querer a su pueblo, existen personas amables a las que conozco bastante bien por ser mis pacientes. Pese a su edad, su empatía les lleva a recoger la basura que otros, desgraciadamente, tiran en nuestra población. Personas como D. Jesús León y su familia, que con sus manos, bolsas y guantes han ido, poco a poco, ganando más voluntarios con empatía, que se unen a esa limpieza sin ánimo de lucro y llena de bondad. Muchas gracias por esa labor desinteresada, que solo se publica por otras personas y cuando el trabajo ya está hecho para ganar adeptos.
Y es que a las personas con empatía también se les suele sumar la cualidad de la humildad y la solidaridad. Abramos el grifo de la empatía para llenar el vaso de la solidaridad.