Tras más de 3 años de la invasión de Rusia a Ucrania seguimos hablando de paz, de mediaciones, cumbres e infinidad de propuestas para lograr la estabilidad en un país que desde aquel 24 de febrero de 2022 sigue suplicando el alto el fuego mientras miles de ciudadanos ucranianos mueren o son desplazados de sus hogares y separados de sus familias.
Da la sensación de que la guerra en Ucrania se ha naturalizado tanto que aquellas preocupaciones que asolaron a Europa en aquel entonces quedan relegadas a un segundo plano, convirtiéndose en una información más que aportar para rellenar los informativos.
Haciendo un breve resumen para aquellos que adormecen su menoría, quiero recordarles, grosso modo, que este conflicto que sigue latente comenzó en 1991 tras la disolución de la Unión Soviética, quedándose Ucrania en una encrucijada entre Oriente y Occidente. La situación se agravó cuando este país estableció lazos de unión con Europa con ciertos recelos por parte de Rusia, que no aceptó dicho acercamiento, justificando estos movimientos como una amenaza a su influencia en la región, con todo lo que esto conlleva. Tas la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, referéndum considerado ilegal por parte de Ucrania y la comunidad internacional, se desencadenaron una serie de conflictos armados en el este del país a través de grupos separatistas prorrusos que buscaban la independencia de Donesk y Lugansk, a los que apoyó Rusia no solo políticamente, también a nivel militar, dando paso a dicha invasión en 2022, sin profundizar mucho en dicha historia. Esta breve reseña histórica no habla del sufrimiento de la guerra, solo es un esbozo de los hechos que ni se acerca al verdadero horror que viven aquellos que se encuentran en las trincheras, donde el dolor y la desesperación no son fáciles de explicar.
Aún recuerdo mi viaje a Ucrania, recuerdo las historias que nos relataban aquellas personas que trajimos a distintos puntos de Andalucía, recuerdo sus llantos durante el trayecto y, sobre todo, recuerdo su soledad, que por mucho que intentáramos entender desde esa empatía particular y tan nuestra, era imposible imaginar. Unos 4.000 mil kilómetros nos separan del pánico que observamos, de las historias compartidas; kilómetros suficientes para tomar conciencia de que todos somos parte de cualquier conflicto y todos deberíamos contribuir de una u otra manera para lograr esa paz tan necesaria, donde la guerra solo es otro síntoma más de esta humanidad enferma.
