Además de dejar constancia de la preocupación que a todos nos provoca el panorama que se nos avecina, no oculto el desconcierto que me genera tanto reparto de papeles, tantos discursos y tan dispares. Hace apenas cuatro días, el presidente del Gobierno hablaba del déficit pero de aquella manera. “Nada especialmente grave”, vino a decir. Para dar ánimos dijo que durante el 2008 las inversiones extranjeras en España habían ascendido a 40.000 millones de euros, que habíamos superado en renta per cápita a Italia y que ya estábamos a tres puntos de diferencia con Francia. Es decir, había paro, déficit, no circulaba el dinero pese a las ayudas recibidas por los bancos, pero tranquilos, porque la situación no es la deseable, pero manejable.
De esta larga entrevista no se desprendía gravedad añadida a la ya sabida y, matizando datos, el presidente dijo que la tasa del paro estaba en el 11%. En fin, que la situación no era buena, pero tampoco terrible. Otro mensaje también reciente situaba a finales de marzo una mínima recuperación del empleo, que en cuestión de horas se trasladó a la segunda mitad del presente año y en ningún caso el paro alcanzaría los cuatro millones. Esta previsión es compartida por el ministro de Trabajo, que en unos días va a retomar la mesa del diálogo social.
Así estaban las cosas hasta que llegó la convulsión Solbes, sólo comparable a la causada por el culebrón de la dimisión de Ramón Calderón, que, a decir verdad, ha servido para que fugazmente el vicepresidente compartiera portadas de periódicos e informativos.
¿Alguien se hubiera atrevido a augurar la rueda de prensa de Solbes? La contundencia de su mensaje, su nulo interés en disimular la realidad y su huida responsable de cualquier voluntarismo, han supuesto una sorpresa y un mazazo. Ya es políticamente correcto afirmar que España está en recesión, que el paro va a aumentar, que el déficit puede alcanzar cotas de difícil asimilación. ¡Quién lo iba a decir! Pero finalmente se ha dicho y, además, de la manera más oficial posible.
Después de esta comparecencia, no caben más repartos de papeles, ni discursos balsámicos. Sólo queda actuar en consecuencia, utilizar de manera inteligente los recursos cada día más escasos, realizar un llamamiento tanto a la solidaridad nacional, porque la crisis es nacional, como a la austeridad también nacional.
En este contexto de reconocimiento expreso y oficial de la gravedad de la crisis, el plazo para culminar la financiación autonómica se va agotando. No ha habido presidente de Comunidad Autónoma que no haya salido satisfecho o, cuando menos, esperanzado en que sus expectativas iban a ser satisfechas. Pero Solbes, allanando el terreno al presidente, ya ha adelantado que el dinero con el que contarán las autonomías, será, para entendernos, “el justito”. Dada la situación no parece razonable que las autonomías se sientan especialmente ofendidas. Hay menos para todos y para todo.
Y desde las autonomías, que también son Estado, se haría un gran favor para la salida, que es nacional o no es salida, de esta situación si, además de reclamar –por justa que sea la reclamación– fueran capaces de ponerse de acuerdo para ver cómo, desde un razonable consenso, preguntarse qué pueden hacer para contribuir a la salida nacional de una crisis que también lo es. Otra cosa es que el presidente haga creer a sus interlocutores que él, como Harry Potter, puede hacer magia. Al jefe del Ejecutivo le correspondería hacer este llamamiento, aunque ello supusiera, y es sólo un decir, un poquito menos de dinero para la aplicación del gallego en Galicia.