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El dogma del ateísmo

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De vez en cuando salta al espectro periodístico el dogma del ateísmo: “Lo sobrenatural no es posible; por tanto, Dios no existe y Cristo es imposible.” Así se viene repitiendo por distintos grupos. Esta vez le ha tocado el turno a los catalanes. Copiando a los autobuses ingleses, dicen: “Posiblemente, Dios no existe. Por tanto, no te preocupes, goza de la vida”. Esto no es una novedad, pues desde el principio surgió la génesis materialista de la negación de Dios, ante la idea de un Ser Superior. En los tiempos de Cristo (siglo I), los gnósticos ya negaban a Dios presente en el hombre. Hoy dicen que el Cristo histórico es una cosa y el Cristo de la fe otra. En el s. II, Celso, filósofo romano, añade: “Es imposible que Dios baje a la tierra y se haga hombre”. En el s. IV, Porfirio, filósofo neoplatónico, opina: “El Dios encarnado nos choca; es inadmisible”. Hoy, casi no se dice más.

Por el mismo tiempo (s. I), surgen los mártires y las primeras comunidades en las catacumbas. Creen en Cristo y no mueren matando, sino perdonando. En el siglo II las comunidades tratan de resistir la atmósfera hostil de la sociedad romana. En el siglo III, en lugares despoblados como el desierto, aparece el movimiento monacal con el joven Antonio Abad, de familia rica; vende lo que tiene; da el dinero a los pobres y le siguen legiones de jóvenes. En el siglo IV, Pacomio funda un monasterio en la parte alta del desierto de Egipto y la primera comunidad de monjes. Durante diez siglos, el hombre medieval encuentra sus fuerzas en “Dios como centro de todo”. El camino es Cristo. Hay en el hombre una nostalgia original de Dios. Muchas personas sienten esa nostalgia y la interpretan a la luz de la Biblia. Pero se olvidan de la persona humana.

El hombre del Renacimiento, en el siglo XV, hace una subversión radical de valores: “El hombre es el centro de todo”. El camino es el orden social, político, artístico y científico. Se hace valer la propia personalidad, el propio gusto y la propia voluntad, con las medidas absolutas del individualismo, el subjetivismo y el naturalismo. Nace así la filosofía autónoma independiente de la revelación, que origina el racionalismo teológico y, en consecuencia, el bíblico. Su dogma es: “Tenemos la firmísima convicción de que lo que ocurre en el espacio y en el tiempo cae bajo las leyes naturales y, por tanto, no puede ser sobre-natural. Dios no se mete en el curso del mundo con su varita mágica, ni visita al hombre con su gracia, ni baja a la palestra de la historia con su encarnación”. La vida es pura casualidad. Por tanto, goza de la vida y aprovecha el tiempo (“Carpe diem”). Pero se olvidan de Dios.

Los “acusadores del engaño” se inician con Reimarus (1774), profesor de un Liceo de Hamburgo, con este pensamiento: “Todo lo milagroso en la vida de Cristo y del Evangelio es un engaño, pura fantasía.” Kant (1793), más moderado, añade: “Cristo y los apóstoles, como hombres de sobrio pensar y sin prejuicios, saben que los milagros no existen y, como nobles filántropos, prestan auxilio a la mezquindad religiosa de sus coetáneos”. Gottlob Paulus, afina: “La historia, la concepción del mundo y la religión tienen su origen en el mito”; o sea, “lo sobrenatural es el ropaje de una leyenda maravillosa.” Estos dibujantes de la figura de Cristo fundan su tarea en rescatar “al Jesús histórico” del Cristo mitológico y legendario.

Eso no es malo y el mismo Benedicto XVI lo aplaude y ha publicado un estudio sobre Jesús de Nazaret, sin evitar los obstáculos de la teología protestante sobre el Cristo histórico. Pero el argumento “del no poder al no ser”, (“ex non posse ad non esse”), es pobre, insuficiente para negar a Dios. Hoy, la teología creyente dibuja a Cristo con las fuentes de los cuatro evangelistas y estudia si hay algo imposible. El mismo Benedicto XVI ha pedido “¡Cuidado con las apariciones!”. Muchos sacerdotes y religiosos se van al Tercer Mundo a vivir con el Cristo de los pobres; y monjas contemplativas se van allí a orar con los indigentes. Personas de todas las edades siguen a Cristo y hombres honestos, como el profesor José A. Pagola, publica Jesús. Aproximación histórica. Ateos y creyentes honestos merecen respeto.

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