Dicen que cuando Colón llegó a América, lo primero que hizo fue desayunar café con tejeringos en un chiringuito que uno de Bonares tenía a pie de playa. A los de Bonares te los puedes encontrar en cualquier sitio del mundo, y sobre todo en Mazagón; ellos fueron unos de los primeros pobladores de esta localidad, junto con los rocianeros y, aunque hoy en el sitio más recóndito de Mazagón podemos tener a uno como vecino, generalmente se concentran en dos grandes urbanizaciones, como “Casas de Bonares” y “Chicago”. Y fue en esta última urbanización donde ocurrió la curiosa anécdota que vamos a contar, y de la que estoy seguro que tomarán nota más de uno.
Dicen también que antiguamente en Bonares nacían muchos varones con una tiza en la oreja porque ya estaban predestinados a ser taberneros, y hasta hace muy poco la mayoría de los bares de Huelva capital estaban regentados por bonariegos. Es por eso precisamente, que los de Bonares saben tanto de bares y tabernas y conocen todos los trucos habidos y por haber.
El otro día uno de Bonares que veranea en la urbanización “Chicago” le resolvió un enorme problema a Ernesto Pérez, propietario de la taberna “Capitán Salitre”, ubicada en esta urbanización. Ernesto le comentaba en la barra a este señor que estaba muy preocupado con el váter de caballeros, que la gente se meaba fuera y que tenía que limpiarlo varias veces al día. «Hay tíos que la tienen torcida o que no apuntan bien», dijo Ernesto en tono de broma. El de Bonares, que lo había estado escuchando sin pestañear, sonrió y dijo: «La solución es muy sencilla, compra una pelota de plástico, del tamaño de una de ping pong, la metes en la taza del váter y se acabó el problema». Ernesto se quedó mirándolo con cara de asombro, con la sensación de que le estaba tomando el pelo. El de Bonares le explicó la mecánica del invento: «El tío cuando va a mear se fija en la pelotita centrando el chorro en ella y no se escapa ni una sola gota de la taza. Funciona, pruébalo», dijo el de Bonares muy seguro de sí mismo.
Ernesto no se lo pensó, salió a la tienda y compró una pelota de un llamativo color naranja que desde hace unos días flota en el fondo del váter. Os puedo asegurar que este ingenioso invento es eficaz e invita a mear aún sin ganas.
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