Celestino Fernández Ortiz, director del diario “Sevilla”, dedicó uno de sus artículos a Tropezones con motivo de su fallecimiento. Y escribió: Por los años cincuenta dirigimos “Sevilla”, de la prensa del Movimiento […] Todo esto viene a colación de algo triste: la defunción de Domingo Wasaldúa Villalba, “Tropezones”, que fue colaborador esencialísimo del diario “Sevilla” en su vertiente jocosa.
Alguien nos avisó un día de ciertas caricaturas que en forma de leyenda aparecían los lunes en un escaparate de la calle Tetuán, en las que se narraba de manera humorística la jornada dominguera de la Liga. Eran los tiempos en que todavía situarse ante un escaparate era cosa hacedera sin peligro del empujón o del accidente automovilista, en la que una Sevilla más pobre nos resultaba más cómoda, y más sencilla y más humana.
No fue conocer el éxito de las historietas de Tropezones cuando lo contratamos con los modestísimos estipendios que entonces se prodigaban. Y, eso sí, se le otorgó un sitio de honor en la primera pagina, en la que sus personajes, fruto de un ingenio que calaba en el estudio de los caracteres y sus ocurrencias, al pie se hicieron famosas y pronto se contabilizaron en la tirada.
En homenaje al gran humorista podríamos hacer aquí una breve antología. A falta de espacio recordamos un chiste por la trascendencia política que estuvo a punto de tener. Todavía sufríamos de los rigores del racionamiento y con ocasión de que cierto barco de harina destinado a Sevilla se retrasase, el Gobierno Civil se vio en la necesidad de ordenara a las tahonas que hicieran más pequeña de lo que estaba mandado la pieza de pan. Como, al parecer, cambiarle el precio que se venía pagando por la misma resultaba una operación matemática compleja, porque no se había inventado el ordenador, se dispuso por la autoridad compensar este “exceso de precio”, por la pieza, ofreciendo en cuanto llegara el barco, por el mismo precio, un pan mayor.
Wasaldúa, que marchaba seguro en su mundo de humor, hizo un chiste en el que un automovilista se quejaba al chapista que acababa de arreglarle su auto:
-¿Quinientas pesetas por un bollo tan pequeño?
-Bueno, no se preocupe, cuando venga con otro mayor le cobraré menos.
Inmediatamente se conmovieron ciertas instancias celosas contra un director que les parecía, como mínimo, un “liberaloide”. El gobernador civil estaba en Madrid y a su vuelta la gente esperaba que cayera su espada sobre nuestro cuello. Pero el gobernador era un caballero y tenía humor.
-Después de todo -dijo por toda reprimenda-, ¡carajo! tiene gracia y es verdad. Se llamaba don Alfonso Orti. Para él también, como para Wasaldúa, la emoción de mi recuerdo de amigo”.