Del 1 al 7 de octubre próximos se va a celebrar en Jerez la XV Semana de los Mayores y, con tal motivo, hemos querido tener una charla, y trasladarla al papel prensa, con José Suárez Peña, gitano de casi 83 años de edad, bombero de profesión, que fue distinguido en 1999 con la Medalla al Mérito en el Trabajo.
" Nací en la calle Cantarería el 27 de mayo de 1933. Mi padre era manijero en el Cortijo del Rosario, que estaba en la carretera de Trebujena antes de llegar a la Venta El Cotito. Nos fuimos a vivir al campo y yo, con una bestia, era el gazpachero, el que llevaba la comida a los trabajadores del cortijo. Ya en el 45 nos vinimos otra vez a Jerez y dos años después me coloqué en el Ayuntamiento. Todavía no tenía los 14 años y el secretario me dejo que no me accidentase porque hasta no cumplir los 14 no me podía asegurar. Comencé trabajando con 13 años de peón de albañil”.
José Suárez Peña, gitano y bombero. Hombre de bien que sabe de flamenco y que, con lo poco que aprendió en el colegio, ha pasado blanco sobre negro sus vivencias. Las páginas de los periódicos de Publicaciones del Sur han sido testigos de las muchas vivencias de este jerezano condecorado con la Medalla al Mérito en el Trabajo “ el único gitano no artista que la tiene” que en el año 1956 consiguió un plaza de bomberos porque “mi padre, tras dejar el campo, trabajaba de bombero y eso de hacer algo por la gente me tiraba, desde chico me gustaba mucho. Hice las oposiciones y cogí la plaza. Aquellos eran tiempos difíciles para todos. También para los bomberos. Las mangueras se salían y las teníamos que arreglar con sogas de esparto. Fue Alvaro Domecq quien formalizó el tema del Parque de Bomberos, porque antes los bomberos no estaban de guardia sino que trabajaban de albañil, carpintero o cerrajeros y cuando había algún problema, algún incendio, se les llamaba”.
Hablar con José Suárez es hacerlo con una historia vida de Jerez a sus casi 83 años de edad. Han sido muchas sus experiencias. Sus vivencias. Ya vivía cuando la cruenta Guerra Civil aunque “de ella no me acuerdo. Lo que recuerdo es que en el Asilo San José había gente mayor y también marroquíes a los que un camión les llevaba la comida. Un día el camión dio marcha atrás, no me vio y me partí una pierna. Y el conductor venía todos los días a verme, Fíjese cómo era la gente y la vida de entonces”
De vuelta a la calle Cantarería donde sucedió ese accidente, José entró a estudiar en el Colegio Carmen Benítez, en pleno corazón del barrio de Santiago, pero se tuvo que salir “porque mi madre murió y con lo que ganaba mi padre no podíamos seguir hacia adelante. Mi padre no quería que saliese del colegio pero no había más remedio. Me llevé nueve años de albañil”.
Calle Cantarería, colegio Carmen Benítez, sabor a Jerez, sabor a flamenco, a esencia de siempre, a un barrio de Santiago “que era todo cultura. Todos los que vivían en las calles Cantarería o Nueva trabajaban en el campo, menos los Terremoto que vendían naranjas y demás. Aquello era tremendo. Había bautizos o casamientos y se vivían momentos maravillosos. Venían artistas de todas partes. Mi suegro, Rafael El Cuchillero, tenía amistad con todos y recuerdo un casamiento, en un patio muy grande, al que vino Mairena, cantando aquello de Dónde está la novia que la quiero ver/ que esta camisita me la quiero romper/ y salieron las gitanas con el pañuelo y Mairena se rompió la camisa y todos querían coger un trozo de ella. Fue la boda de Boloncho, que se casó con Felipa, que era hermana de Ramona, la mujer de Manuel Morao”.
Hasta 1958 estuvo viviendo José en Santiago. Desde entonces “en El Retiro, donde Álvaro Domecq hizo unas viviendas para los bomberos. Y allí, a donde estaba entonces el Parque de Bomberos, nos fuimos mi padre y mis hermanos”. Sin embargo no olvida, ni nunca ha olvidado sus raíces de Santiago, aunque “voy por allí y da pena. Solo se habla de Santiago cuando uno está fuera. Mire es que en Santiago hasta aquellas piedras grandes de las calles tenían arte. Se bailaba en la calle, había una solidaridad tremenda, por cualquier cosa se hacía una fiesta. Recuerdo cuando se licenció Sordera, que llegó hasta vestido de soldado y mi suegro fue al Angostillo por vino. No había más. Vino, rábanos y sardinas arenques. Pero la fiesta duraba y duraba. Aquello era una auténtica hermandad. Lola Flores me dijo una vez que entre los gitanos no había maldad. Y los payos que vivían con nosotros eran más gitanos todavía. Nunca ha habido racismo”
Y el flamenco cómo está porque “ahora todo es diferente. Vivimos en los pisos. He visto mucho a mi edad. Se han ido los antiguos, Tío Borrico, Sernita, el padre de Manuel Morao, el Diamante Negro. Gente de cantes jondos, profundos. Ahora todo está como más adulterado, aunque sigo siendo un enamorado del flamenco y de hacer todo el bien que pueda a la gente. ¿Sabe lo que se disfruta ayudando a los demás?
Uno se empaña de sentimiento de Jerez hablando con un José Suárez que relata la historia como si la estuviese viviendo. Con entusiasmo, con ilusión, con esa misma ilusión con que recibía a finales de la década de los 90 la Medalla al Mérito del Trabajo. “Es que había gente del Consorcio de Bomberos que sabían cosillas mías, de mis muchos años de trabajo. Ya de mayor tenía una lesión de rodilla y estaba de conductor en los camiones de bomberos y me costaba. Entonces me dijeron que si quería quedarme en la sala de control llevando la coordinación de los servicios de Sanlúcar, El Puerto, Arcos y Jerez. Y no me importó. Ahí estuve hasta la jubilación. También me llevé diez años en la Pastoral Gitana y demás. El presidente del Consorcio me dijo que cuántos años llevaba trabajando y me comentó que me merecía la Medalla al Mérito al Trabajo. También José Luis Valle, que en paz descanse, que era teniente de alcalde del Ayuntamiento de Jerez y vicepresidente del Consorcio, y al que conocía desde que él tenía cinco o seis años porque trabajando de albañil estuve en su casa de peón, hizo una semblanza mía y también se interesó por la causa Miguel Arias Cañete que, incluso, le preguntó por mí a dos o tres pescaeros y a partir de ahí también dio su adhesión a esa Medalla”.
Una medalla que compartió con su mujer, Josefa Antúnez, a la que “quiero con locura. Llevo cincuenta y seis años felizmente casado y tengo dos hijos. Una hija que está en la delegación de Urbanismo, ya que ganó las oposiciones siendo alcalde Juan Manuel Corchado, y un hijo que sigue la línea de mi padre y mía y que es bombero”. Su gente y sus amigos “si me dice que quién ha sido mi mejor amigo yo le diría que Juan Manuel Durán, el ginecólogo, ¿lo recuerda, verdad?, pero yo tengo muchos amigos. Me siento en la calle Larga, como usted sabe, y todo el mundo me dice adiós. Me quieren mucho. No tengo enemigos, yo core que nos los tengo, y siempre presumo de estar con la clase alta, con la de enmedio y con la baja. Para todos estoy. No he pertenecido jamás a partido político o a sindicato, aunque cuando ha habido que apoyar a los compañeros lógicamente ahí he estado”.
Y en los últimos años además de bombero o de estar en la Pastoral Gitana, ha desarrollado el tema de la escritura en los medios porque “siempre me ha gustado el mundo del periodismo. Me dio por escribir una vez del Cortijo Rosario, a mi manera, porque solo sé las cuatro letras, y me salió bien y Francisco Fernández García-Figueras, que era el presidente de la Academia San Dionisio, me animó a que siguiese escribiendo”. Escribiendo y presentando porque “con motivo de la canonización del gitano Ceferino Jiménez Maya, natural de Barbastro, que se quedó pobre de tanto ayudar a los demás, se formó una fiesta flamenca en la embajada española en la Santa Santa Sede. Y allí presenté a los Moneo. Y me salió bien y al final hasta dí una pataíta por bulerías, porque parece que nadie quería bailar, Allí estaban Manolo Mairena, Antonio Fernández, un gitano que vendía borregos, y los hijos que son íntimos de Morante de la Puebla. Al final todo el mundo felicitándose e incluso me presentaron a Liza Minnelli. Estuve allí con la Pastoral Gitana”.
Historias de siempre de José Súarez Peña, un hombre afable, cordial, amigo de sus muchos amigos, siempre dispuesto a recordar tiempos pasados, a escuchar buen flamenco y a propagar sus jerezanismo por todos los lados. José Suárez es uno de esos 32 mil jerezanos que han sobrepasado los 65 años de vida.