Luis Miguel Morales | La semana termina y no puedo sino acabar cuanto menos preocupado ante la situación económica que vive -padece- la ciudad. Muy, muy preocupado. Entiendo que la situación es para llevarse las manos a la cabeza.
Tampoco descubrimos nada nuevo, nada que no se haya plasmado ya: que el estado de quiebra técnica de El Puerto es más que evidente.
El informe del interventor es para hacer un examen de conciencia de la deuda que arrastra el Consistorio. 147 millones de euros. Ahí es nada. 19 de ellos adeudados a proveedores comerciales. La deuda es para echarse a temblar y para meditar seriamente en qué manos hemos dejado a la ciudad y en qué manos estamos para revertir la situación.
Positivo por naturaleza, no dejo de aventurar que los años que tenemos por delante serán duros, durísimos. Si los millones debieran sonrojar a unos y a otros, más gráfico fue el Pleno extraordinario celebrado el pasado miércoles. Ilustrativo y poco gratificante.
Ni una sola propuesta llevada para paliar la sangría del déficit. Ni una sola medida para tapar la hemorragia. Ni una sola esperanza de cambiar la dinámica perdedora en la que hemos entrado. La espiral va en aumento, al igual que la desconfianza en unos y en otros.
Sin culpar, sería demagógico e injusto, de criminalizar al actual equipo de Gobierno, se ha normalizado tanto los problemas portuenses que me temo que estos ya casi ni importan, es más crucial salvar los muebles y dejar cumplir el expediente.
La bancada del poder mostró el camino, el menos malo, el mirar hacia otro lado. En la bancada opositora, el desánimo va en aumento y la preocupación es mayor. Si ésta es la que debe fiscalizar mal vamos, peor.
El todavía líder popular, Alfonso Candón, ausente. Sus obligaciones en la Capital del Reino le imposibilitaron dar la cara. El portavoz del autoproclamado partido “vencedor” no estuvo. El que abanderó la causa del cambio, plegó alas a Madrid. Cuestiones de preferencias.
Si tenemos el equipo de Gobierno que tenemos- legal y democráticamente elegido en las urnas-, también, es justo es reconocerlo, poseemos una oposición que debiera, en teoría, estar a la altura de las circunstancias. Y eso no ocurre.
El líder de la oposición debe no solo estar, sino parecerlo. Eso en el PP.
En Ciudadanos, aún no saben si suben o bajan. Omitir su culpabilidad en el agujero financiero es hacer ver a la ciudadanía que no es inteligente. Y sí creo que lo es. Y bastante. Hacerle el juego a Albert Rivera para las generales resultó insultante. El relevo Gómez-Cuvillo sigue en la indefinición.
En el Grupo Mixto, Carlos Coronado, debiera primero arreglar los asuntos propios del limbo en el que se encuentra y aclarar -tal y como pudo hacer en Ondaluz- su situación actual. Los líderes políticos siguen perdiéndose en la irresponsabilidad de no entender muy bien a quién echar la culpa en vez de erradicarla. El rojo se impone, el negativo. Quique, abróchate el cinturón que vienen curvas.
Quique Pedregal | Luismi, el líder, por naturaleza, tiende a quedarse solo. Cuando ya no es útil a la masa o al grupo al que representa, es automáticamente abandonado a su suerte. Algunas veces, el líder primitivo es vilipendiado y masacrado porque, recuerda, “a rey muerto, rey puesto”.
La soledad es tremenda. En política, a mi juicio, suelen suceder dos cosas. La primera es que por los servicios prestados, confidencias, favores y demás, te retiren a un cementerio dorado, sobre todo para que estés tranquilo y sin hacer ruido, en el que es probable que cobres mucho más que cuando eras líder, además de tener muchísimas menos responsabilidades.
Levantar la mano de vez en cuando y, a veces, ni eso. Esta práctica está instituida en nuestra sociedad y lo aceptamos porque nos viene dado desde antiguo.
La segunda posibilidad para el líder defenestrado u olvidado es la más dura, porque se pasa de recibir felicitaciones de Navidad a que eviten saludarte por la calle. Todo el que haya pasado por un puesto de responsabilidad, política o social, sabe que esto es así.
En el libro “La soledad del directivo” se hace una distinción entre lo que es “mandar” y lo que es “gobernar”; entre lo que es “imponer” y lo que es “dirigir”; entre lo que es “jefear” y lo que es “liderar”; en definitiva, entre lo que los romanos calificaban como “potestas” –el poder derivado de la ocupación fáctica de un cargo– y lo que calificaban como “auctoritas” –el poder que confieren las personas más allá del puesto que se ocupe–.
He ahí la cuestión: ¿eres un líder elegido o eres un líder impuesto? Pues, querido Luismi, ni una cosa ni otra. Al final, el líder se queda más solo que la una. Con suerte, le quedará la familia, que nunca falla. Lo que yo te diga.