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Jueves 14/11/2024
 

Arcos

“Viuda y sola, me embarqué en este mundo de la lectura"

Francisca López es una gran lectora a sus 87 años

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  • Francisca López. -

La semana pasada cumplió ochenta y siete años y ya quisiera yo ver en algunos zagales de veinte la misma vitalidad y el mismo interés por la lectura que tiene ella. Los miércoles por la tarde, con su libro en la mano, acude al club de lectura de la Asociación ‘Beatriz Pacheco’ y allí, además de leer, nos deja, de vez en cuando, alguna perla fruto de su sabiduría y su experiencia. Ahí tienen su foto: una mujer mayor pero joven, casi adolescente por dentro. Adolescente por su interés por conocer, por su afán de refrescarse el rostro con la vida siempre nueva. Aprovechando su cumpleaños hemos hablado con ella para esta entrevista donde nos habla de su infancia y juventud, de su pasión por los libros y de un trabajo que tiene, y nos ha leído, formado por versos que han ido naciendo tras la lectura de ‘El Quijote’.

Usted no nació en Arcos, ¿verdad, Francisca?
—No. Yo nací en un pueblo de Jaén que se llama Santisteban del Puerto. Vine a Arcos ya de casada.

¿Y cómo fue su infancia?
—Bueno, yo vivía con mis padres. Mi madre cuidaba mucho de nosotros y a mí me enseñaba algunas cosas, pocas, de lectura. Pero saltó la Guerra Civil cuando yo tenía siente años y todo se acabó.

¿Cómo que se acabó?
—Hombre. La Guerra lo desbarató todo. Jaén estaba en el bando republicano y lo pasamos mal, igual que todo el mundo. Recuerdo que se acabó la ropa negra, la ropa de luto, porque la gente no hacía más que enterrar muertos. Hasta las sábanas blancas se teñían de negro para poder hacer con ellas vestidos negros. El tinte “Iberia” era el producto más solicitado, además de la comida, claro, porque con él se teñía la ropa.

Y después qué.
—Después nos fuimos al campo, a una finca de olivos donde vivían varias familias. Allí pusieron a los niños un hombre que no era maestro, pero que nos enseñó algo. Estuve hasta los diez años. Ahí se acabó mi enseñanza. Lo demás vino ya de mayor.

De eso hablaremos luego, pero ahora dígame cómo fue su adolescencia.
—Como a todas las muchachas de entonces me enseñaron a coser y a bordar. Teníamos que prepararnos para ser unas buenas amas de casa. Mi madre me llevó a una sastrería para que trabajara de costurera. Estuve desde los quince a los dieciséis años. Eso sin dejar de lado las faenas caseras. Con dieciocho años me eché novio y me casé con veintiuno.

¿Su marido era de aquí o era también de Jaén?
—Sí, hombre. Él era del mismo pueblo, pero te explico: durante la República, cuando yo era niña, en Sierra Morena, en el Arroyo Almedillas, el Gobierno concedió huertos a algunas familias. Allí se construyeron chozas que luego fueron incendiadas durante la guerra, pero cuando la guerra terminó no pudieron echar a nadie, porque habían adquirido la propiedad. Pero les propusieron cambiarles aquellos huertos por unas parcelas en Majarromaque, en el poblado de José Antonio.

¿Y se vino usted con su marido?
—Primero se vino mi suegro. Nosotros nos vinimos más tarde, ya de casados. Mi marido era un hombre al que le gustaba tener tierras. Yo hubiera preferido irme a Madrid, pero mi marido decidió venirse aquí y yo le obedecí. Nos vinimos a una parcela en La Pedrosa, a la que él tenía derecho por ser hijo de colono.

Luego los hijos, imagino.
—Y tanto. He tenido ocho hijos. Me casé en mil novecientos cincuenta. Tenía un hijo cada dos años, mes arriba mes abajo.

La lectura es parte imprescindible de su vida. ¿Siempre ha sido así?
—Vamos a ver. Siempre me ha gustado. Lo que ocurre es que mientras mis hijos eran chicos no pude. Luego empezaron a casarse hasta que me quedé sola con mi marido. Luego me quedé viuda y entonces, ya sola, me embarqué en este mundo de la lectura, que es lo mejor. Me apunté a la Escuela de Adultos y lo cogí con muchas ganas. Fíjate que venía de La Pedrosa andando, haciendo auto-stop.

No me diga usted que venía desde La Pedrosa sin coche…
—Digo. Ya te digo que lo cogí con ganas. Me encantaba aprender a leer y escribir bien. Estaba entusiasmada.

Desde luego, Francisca, se merece usted todos los premios. El Nobel tenía que ser para gente como usted.
—Ya te digo. Aprendí y aprendí. En mil novecientos noventa y cinco, con el teatro del Centro de Adultos interpretamos “La Molinera y el Corregidor” en Baeza, en Jaen. Yo cantaba en un coro que interpretaba el romance de La Molinera.

Tengo entendido que le entusiasma ‘El Quijote’.
—Tengo hecho un  resumen en verso de cada capítulo de ‘El Quijote’. Y aparte he escrito muchos versos. Sigo leyendo constantemente. Me encanta la lectura.

Y sigue explicando cosas. De su infancia lejana, de su amor a los libros, de la guerra, que fue una cosa mala, de su matrimonio, de sus hijos, de su viudez y de la soledad en la que vive ahora, acompañada de libros y recuerdos. Uno no sabe cómo terminar estas entrevistas, porque lo que le pide el cuerpo es quitarse el sombrero, besarle las manos y darle gracias a la vida por haber conocida a heroínas como Francisca, que ha atravesado todo un siglo amamantando hijos, enterrando a gente querida y leyendo libros.

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