Aunque ha pasado el tiempo, Manoli Morillo todavía se emociona al recordarlo. Una de las hermanas la mandó a por huevos, pero no quedaban. En ese instante, un hombre entró por la puerta con varios cartones. La providencia hace acto de presencia de una forma u otra cada día en el barrio de “El Bulto”. Una fortuna divina que ha mantenido en pie en este medio siglo de vida al ‘Cottolengo’ sin ayudas. Han pasado ya 50 años desde que el Padre Jacobo encontrara a decenas de personas malviviendo en chabolas junto a las playas de San Andrés. El cura buscó a la Madre Rosario Vilallonga, fundadora de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, y desde entonces, esta casa ha dado cobijo al pobre y desemparado.
“Esta casa te da vida, por aquí pasa gente de toda clase, también abuelillas que se marchan y las echamos mucho de menos, como a nuestra Lola hace unos días”, explica esta trabajadora que lleva catorce años, los cinco primeros como voluntaria. Un lugar de acogida para jóvenes, mayores y, también, familias. Hoy toca arroz y ensalada. Pilar Flores se afana en los fogones, igual que hace una década cuando llegó tras enviudar. “Aquí recibes más de lo que das, esta casa es una maravilla”, nos cuenta. Los hay, como Juan García, que vinieron para ser ayudados y, tras tres años, ahora son los que tienden su mano a los recién llegados. “Ayudo en lo que puedo, en el comedor, los jardines y de vez en cuando me meto en la cocina”, relata, “me gustaría independizarme pero seguir viniendo a ayudarles cada día”.
“Se preparan para seguir su vida”
Cambió 40 años trabajando con niños para dedicarse a los mayores que no tienen a nadie. Las aulas donde daba lecciones, por los cuartos de esta casa donde el voluntario Manuel Perdiguero escucha, alienta y reconforta “para volver a vivir” a quien lo necesita. Así lo lleva haciendo los últimos once años, desde que se jubiló como profesor. “El hecho de estar aquí no es recluirlos, se preparan para seguir su vida”, cuenta. Una labor altruísta que engancha, “que va entrando poco a poco en el corazón, es una responsabilidad porque te esperan cada día pero es una alegría”, confiesa. Él acompaña en las salidas. A la feria, al fútbol o en Semana Santa. Especial cariño tiene Manuel a David, en silla de ruedas y está desde niño en la Casa del Sagrado Corazón y con quien sale “a pasear, a tomar algo o charlar, para que se sienta vivo”.
Inquilinos y voluntarios que han dejado su estampa a lo largo del tiempo. De ello han sido testigos fotógrafos de la talle de Pepe Ponce, Rafael Díaz, Pepe Ortega, Fran Ponce, Álex Zea, Jesús Domínguez, S. Fenosa, Florencio Hernández, Álvaro López y Manuel Diéguez, entre otros. Ahora una exposición en calle Larios conmemora hasta el 19 de junio el 50 cumpleaños de una casa modesta donde todos tienen cabida.