Su nombre es Antonio, pero es ficticio. No se llama Antonio, pero aquí le llamaremos Antonio. Su nombre es Antonio, aunque podría ser Marta, José, Lucía, Pedro, Arturo, Encarnación, Benito. Cualquier nombre, porque cualquier persona, usted, yo mismo, podemos ser alcohólicos. Cualquier hombre o mujer, ya que el alcoholismo no entiende de sexos, ni de razas, ni de religiones, ni de profesiones, ni de ideologías.
Antonio acepta esta entrevista con la condición, que lógicamente aceptamos, de que no se sepa su nombre y, por supuesto, que no aparezca su fotografía. Se trata de preservar el anonimato, así que quedamos como dos amigos que van a tomar café, en cualquier bar, y allí hablamos y hablamos. Antes de empezar a hablar del alcoholismo hablamos un poco de la selección española, que acaba de caer ante Italia por 2-0. Antonio, que es un gran aficionado al fútbol, me dice que la primera parte de los nuestros ha sido desastrosa, y que en la segunda nos repusimos un poco, pero a Italia le salió un gran partido y nos ha mandado a casa, qué le vamos a hacer.
Antonio, ¿cuánto tiempo llevas sin beber?
—Nosotros en Alcohólicos Anónimos no medimos la sobriedad en años, ni en semanas. La medimos en veinticuatro horas. Cada mañana hay que decirse “hoy no bebo pase lo que pase”. Mañana, si todo va bien, diré lo mismo. Pero marcarse metas lejanas, o medir los logros por años, nos parece excesivo. Yo hoy no he bebido y con eso me basta.
Pero llevas mucho tiempo sin beber, ¿verdad?
—Si insistes te lo diré. Hace ocho años que no cojo una copa. Pero te hago saber que si ahora mismo, en lugar de este café que nos estamos tomando, yo me tomara una copa de vino, o incluso una cerveza, volvería al mismo estado en el que estaba cuando conseguí parar el consumo.
O sea, ¿que volverías a beber en exceso?
—En mi caso volvería a beber en exceso, abandonaría el trabajo, mis obligaciones familiares y perdería mi dignidad como ser humano.
Eso es duro, ¿no Antonio?
—Es duro pero es verdad. Así estaba yo hace ocho años: borracho todo el día, faltando a mi trabajo mediante excusas que me buscaba sobre la marcha, alejado de mis hijos…
¿Qué es el alcoholismo?
—El alcoholismo es una enfermedad. Es difícil de entender, sobre todo para personas que no la padecen, pero es una enfermedad. Lo dice la Organización Mundial de la Salud. No falta quien dice que eso de enfermedad no tiene nada, que el que no quiera beber que no beba y ya está. Pero ese es precisamente nuestro mal: que somos adictos, que hemos contraído una enfermedad que se llama alcoholismo, que no se cura, pero que se puede controlar si somos capaces de controlarnos nosotros y no probar el alcohol.
Hay personas que beben y no se descontrolan.
—Claro, porque no son alcohólicos, porque no padecen ese mal que a otros, por razones genéticas o de otro tipo, nos acaba derrotando y arruinando la vida. Nosotros en Alcohólicos Anónimos no estamos contra el consumo de alcohol. Quien pueda beber no sabe la suerte que tiene. Quien pueda tomarse una, dos, tres copas, y parar, que beba si le apetece. Nuestro problema es precisamente ese, que cuando empezamos a beber no podemos parar.
Mucha gente se piensa que Alcohólicos Anónimos es una secta, o un negocio. ¿Qué es, exactamente Alcohólicos Anónimos?
—Pues ni secta ni negocio. En las reuniones de Alcohólicos Anónimos ni se reza, ni se paga, ni se hacen rituales mágicos. Allí sólo se va a hablar. Te cuento un poco como nació esta organización, allá en 1935. Bill y Bob eran un médico y un corredor de bolsa. Ambos eran alcohólicos. Un día comenzaron a hablar de su enfermedad y se dieron cuenta de que mientras hablaban de alcoholismo no sentían necesidad de beber. A partir de ahí empezaron a crear grupos, a ampliarnos, y así hasta hoy. Alcohólicos Anónimos está implantado en todo el mundo, y ha salvado la vida de millones de personas que sin estas reuniones habían muerto ya. Yo mismo, creo, estaría ya muerto si no hubiese acudido un día a Alcohólicos Anónimos. No creo que mi organismo hubiese aguantado ocho años al ritmo que yo llevaba.
Pero algo pedirán en Alcohólicos Anónimos, ¿no?
—Te repito que nada. El único requisito para entrar en Alcohólicos Anónimos es el deseo de dejar la bebida. En nuestras reuniones no se le riñe a nadie, ni se le piden carnés políticos, ni credos religiosos, ni se le pregunta si es rico o es pobre. Cualquier hombre o mujer que tenga problemas con el alcohol y quiera dejarlo, tiene una silla con nosotros.
Dices que estáis en todo el mundo. ¿Desde cuándo en Arcos?
—En Arcos desde hace muchos años. Ahora mismo nos reunimos en un local del colegio Vicenta Tarín, en la barriada de la Paz, los martes y viernes, desde las siete y media de la tarde. Cualquier persona que tenga necesidad de ayuda puede acudir con total confianza y con la seguridad de que mantendremos su anonimato.
¿Hay muchos alcohólicos en Arcos?
—En Arcos, en Jerez, en Madrid, en Bruselas, en Moscú. El alcoholismo no entiende de personas ni de lugares. Incluso en los países donde por su religión el alcohol está prohibido, hay alcohólicos. Lo que ocurre es que el alcohólico se niega a admitir su enfermedad. Precisamente cuando acepta su derrota, cuando se sabe vencido por el alcohol, es el momento de acudir a Alcohólicos Anónimos. Hablando de Arcos, sí, hay alcohólicos, aunque son poquísimos los que vienen a nuestro grupo. Conocemos a muchos, sabemos del sufrimiento propio y de sus familias, y nos gustaría que vinieran a nuestro grupo, pero nosotros no vamos por los bares buscando alcohólicos. La decisión tiene que ser de ellos, personalmente.
¿Por qué nos reímos tanto de los borrachos?
—Nos reímos porque no conocemos, en general, su drama interior. Nos creemos que son gente viciosa, o mal nacida, y nos gusta reírnos de su forma de andar, o de las barbaridades que a veces se dicen en medio de una borrachera. Además, si te fijas, en las películas, o en muchos libros, el personaje del borracho es siempre de gracioso. Es todo un drama que muy pocos saben ver.
Y ahora que no bebes, ¿cómo vives?
—Mucho mejor. Tengo mis problemas, porque los problemas no desaparecen cuando dejas de beber, pero me he quitado de encima el principal problema, que era el del alcohol. He logrado recuperar a mi familia, cosa que desgraciadamente no pueden decir todos los alcohólicos. Además, ahora sé dónde he estado, lo que he hecho la noche antes, etcétera. Antes me despertaba sin saber dónde había estado, ni con quien. Las pérdidas de memoria durante las borracheras me llenaban de angustia todas las mañanas.
¿Quieres decir algo a las personas que tienen problemas con el alcohol, o a sus familiares?
—Quiero decirles que tengan esperanza, que el alcoholismo es una enfermedad grave, pero que se puede parar si se deja de beber. Y para dejar de beber nada mejor que acudir a los grupos de Alcohólicos Anónimos. Son gratis, no te lavan el cerebro, no tratan de convencerte para que votes esto o lo otro, ni para que creas o no creas en Dios. Quien acude allí va a hablar de su enfermedad, a compartir experiencias con otras personas que sufren como él. Hay esperanza y la solución está al alcance de la mano. En Arcos, como te digo, está en el colegio Vicenta Tarín.
Antonio –repito que ni siquiera se llama Antonio, pero hemos escogido este nombre ficticio-, Antonio, digo, se emociona hablando de Alcohólicos Anónimos. Se lo hago saber y me dice que claro que se emociona, porque si no es por esos grupos hoy estaría muerto, o seguiría bebiendo, o andaría ya en hospitales psiquiátricos, o en cárceles. Me comenta que muchos alcohólicos cometen el error de abandonar los grupos cuando se sienten ya “curados”. Es un error, me dice, porque el alcoholismo no se cura, sino que se para, y ningún alcohólico está libre de recaídas. Por eso, continúa, es tan importante que se siga acudiendo a los grupos aunque se haya conseguido dejar de beber. Además, podemos aportar nuestra experiencia para los que vienen nuevos. Es una manera, dice, de devolver todo lo que te han dado.
Y seguimos hablando, pero ya de fútbol, que es lo que toca ahora, en este junio que ya se nos va. “Qué lástima lo de España”, me dice. “Verdad”, le contesto yo. Y me da la mano cuando nos despedimos, pero no me conformo y me acerco más a él, hasta darnos un tímido abrazo.