Número dos de François Hollande hasta el pasado diciembre, el ex primer ministro francés Manuel Valls intenta de nuevo colocarse en primera fila como candidato socialista a las presidenciales tras más de tres décadas dedicado a la política, en las que no ha escondido que su objetivo final apunta al Elíseo.
Las primarias de 2011 le apartaron del camino con un modesto penúltimo puesto y el 5,6 % de los votos, pero a esta segunda tentativa llega con la experiencia de su paso por el Ejecutivo.
Autoritario y con imagen de hombre crispado, Valls ha sabido suavizar sus gestos en la campaña y se ha erigido en defensor de la unificación de la izquierda, cuyas divisiones veía años antes irreconciliables.
Nacido en Barcelona en 1962, hijo de la suiza Luisangela Galfetti y del pintor catalán Xavier Valls, vio despejada la vía cuando el presidente Hollande anunció por sorpresa en diciembre que renunciaba a la reelección.
Desde una sede electoral moderna y luminosa en la capital francesa, con amplios espacios comunes y un equipo joven, Valls ha engrasado una maquinaria que le enfrenta en la primera vuelta de las primarias de mañana a varios de sus antiguos ministros, como Arnaud Montebourg y Benoît Hamon.
Su lema "Una República fuerte, una Francia justa", lleva impreso en su mensaje el ADN político del ex primer ministro: la apuesta por la seguridad, de la que se encargó en su etapa de ministro del Interior entre mayo de 2012 y marzo de 2014.
Su dureza en la materia e inflexibilidad en cuestiones como el laicismo, que ya dejó evidente como alcalde de Evry, en la periferia de París, le hicieron en el pasado ganar popularidad, a veces más entre la derecha que en su propio campo.
"La política es una prolongación de la guerra, de forma pacífica, pero a veces con los mismos métodos. Yo soy más bien ofensivo", ha llegado a decir Valls, que por sus orígenes españoles y su estilo marcial ha sido apodado "el matador".
Hijo espiritual del socialista Michel Rocard, heredó el pragmatismo de izquierdas de Lionel Jospin, que le dio su primera gran oportunidad cuando le nombró su consejero de Comunicación en 1997.
En su ascensión política, tras haber empezado en diferentes cargos en administraciones municipales y regionales, no ha tenido miedo de romper tabúes en su propio partido, empezando por la posibilidad de cambiarle el nombre, que en su día vio anticuado.
La falta de apoyos dentro de la mayoría gubernamental, escenificada en la salida de varios ministros por su disconformidad con la línea política del Ejecutivo, como Montebourg, Hamon o al hoy candidato presidencial Emmanuel Macron, le llevaron a aprobar sin debate parlamentario reformas como la laboral.
Sin embargo, ahora Valls plantea limitar ese controvertido recurso constitucional solamente a los textos presupuestarios.
"En cinco o seis años, la sociedad francesa ha cambiado, y yo también", se defendió.
Padre de cuatro hijos con su primera esposa, la también militante socialista Nathalie Soulié, Valls emprende este combate electoral con su segunda pareja, la violinista Anne Gravoin, una mujer de carácter, independiente y entregada a su carrera.
"Nada está escrito", repite Valls, que en su programa recuerda que se "casó" con Francia a los 20 años de edad, en el momento en que obtuvo su nueva nacionalidad.