Como tantos cientos de miles de habitantes de Alepo, los fabricantes del tradicional y milenario jabón se vieron forzados a huir de la guerra fratricida que devora Siria. Seis años después, desean que los viejos zocos recuperen su aroma a oliva y laurel.
La casa del maestro jabonero Mazen Zanabili, en la zona oriental de Alepo, huele a jabón mucho antes de entrar en ella, un regalo inesperado en esta perturbadora ciudad castigada por el conflicto.
Cuenta a Efe que, desde que el Gobierno se hizo con el control de la parte histórica de la Alepo, el pasado diciembre, ha visitado ya en cinco ocasiones el histórico caravasar del siglo XIII donde se ubicaba la fábrica de jabón que fundó su abuelo.
"Hay destrucción (en el taller) pero va a empezar la reconstrucción y espero que podamos retomar el trabajo allí", dice Zanabili en los bajos de su moderna casa familiar, donde en 2014 abrió una pequeña fábrica en la que sigue elaborando el jabón a la manera tradicional.
Aceite de oliva de segunda presión, hidróxido de sodio, agua y aceite de laurel para darle su característico aroma, que inunda el edificio de tres plantas en el que vive con su familia y su padre, Abdelbadía Zanabili, quien da nombre también a la marca del jabón que sale de su taller.
En cuatro salas, que Zanabili ha agrandando comiéndole espacio al patio, la cuba donde se fabrica el jabón se hunde en el suelo entre pilas de sacos de jabón e hidróxido de sodio.
Para Zanabili, volver a su fábrica en el Alepo antiguo, en la que producía un 80 por ciento más que en el pequeño taller improvisado de la plata baja de su casa, situada en el barrio de Al Saidali, es una cuestión de principios.
Asegura que tras el estallido de la guerra, estuvo viviendo un tiempo del jabón sobrante que había almacenado.
"Pero en 2014, cuando se terminó el producto que tenía, pensé en volver a trabajar", dice sentado junto a su anciano padre, antes de subrayar que rechazó varias propuestas de trasladar su producción a Turquía o a Damasco.
"Creo que cuando una persona trabaja en su país gana él y gana su país, y estamos en guerra y si en la guerra la gente se va, el país se debilita", cuenta el maestro jabonero antes de precisar que también le empujó a quedarse la avanzada edad de su padre y el hecho de que sus hermanos se habían ido.
El también maestro jabonero Rami Mohamed Fansa sostiene en su mano una pastilla fabricada antes del cierre de su fábrica tradicional, en las afueras de la urbe, y otra de nueva producción.
Fansa, al igual que Zanabili, vivió hasta 2014 con el material acumulado de años anteriores. Sin embargo, a diferencia de su colega, decidió reabrir la fábrica en la capital, Damasco, mientras esperaba tiempos mejores.
Aunque ha cambiado el lugar, sigue empleando el mismo método tradicional y los mismos productos y para demostrarlo parte en dos con un alambre y muestra el verde esmeralda del interior de la pastilla.
En Alepo solo ha conservado una tienda, en el barrio de Al Andalus, donde explica a Efe que cuanta mayor proporción de laurel tiene, más caro y de mejor calidad es un producto que necesita, además, entre cuatro y cinco años de envejecimiento para alcanzar su momento óptimo de su uso.
Por eso se puede encontrar jabón recién salido de fábrica desde 1.300 liras sirias (unos 2 dólares) hasta de 3.500 (6,5 dólares) cuando se trata de una pastilla de cinco años con una alta proporción de laurel.
Pero todos necesitan pasar un proceso que se alarga hasta ocho meses y que comienza en invierno, después de la recogida y el prensado del aceite de oliva y que termina cuando el producto se seca.
"El clima de Alepo es muy propicio para la fabricación del jabón, con un invierno húmedo y un verano caluroso que favorece el secado", dice.
Por eso, sostiene que, aunque aún no ha visitado el taller, en las afueras de Alepo, "tras la liberación podemos arreglar la fábrica y empezar a trabajar" el próximo invierno, con el comienzo de la temporada del jabón, para retomar la tradición familiar que también comenzó su abuelo.
Si los deseos de Fansa y Zanabili se cumplen, en el verano de 2018 podrían ver la luz las primeras pastillas del tradicional jabón de Alepo producidas en los talleres históricos, cuya supervivencia, como la de tantas cosas en Siria, aún depende de la guerra civil.