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Miércoles 13/11/2024
 
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Jaén

Aquel viaje a San Carlos “de Nueva Jaén” (Nicaragua)

En el verano de 2018 se cumplirán doce años desde que surqué el cielo del océano Atlántico para descubrir América. No fueron la famosa estatua de la libertad...

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  • Al inicio del viaje -

En el verano de 2018 se cumplirán doce años desde que surqué el cielo del océano Atlántico para descubrir América. No fueron la famosa estatua de la libertad ni tampoco la conocida ciudad de Teotihuacán los primeros monumentos que vislumbré, sino una vieja catedral apuntalada, consecuencia de un destructivo terremoto y un nuevo templo catedralicio llamado popularmente “La Huevera”. Efectivamente, fue un pequeño país centroamericano el que me dio la bienvenida al “nuevo mundo”: Nicaragua.

Allí llegué porque así me lo tenía preparado el destino. A finales del año anterior, decidí postular a unas becas denominadas TANDEM que ofrecía la Agencia Española de Cooperación Internacional –hoy se le añade la coletilla “y Desarrollo”, lo que da lugar a las siglas AECID-. Estas formaban parte de unos acuerdos entre los gobiernos español y francés cuya finalidad era la gestión cultural y patrimonial en países hispanohablantes y francófonos que se encontraran en vías de desarrollo. Aunque en la selección de países que era obligatorio realizar en la solicitud, nunca contemplé Nicaragua, cuál fue mi sorpresa cuando meses más tarde, en la resolución, se me elegía asignándome aquel país.

Tras un curso preparatorio en las instalaciones de la AECID de Madrid, el 30 de junio de 2006 volé a Managua vía Miami. El avión llegó con retraso a este último aeropuerto lo que ocasionó que mi maleta estuviera varios días extraviada: ¡fue una particular bienvenida! La beca se me asignó en la ciudad de Masaya, una bonita localidad situada a 25 kilómetros al sur de la capital. Como curiosidad, su bandera porta los mismos colores con la misma disposición que la andaluza.

En el aeropuerto me esperaba Alina que trabajaba como administrativa en la Escuela Taller de Masaya (creada por la AECID). De camino a mi nueva ciudad, Alina me explicó que mi “tándem”, es decir, la contraparte francesa de la beca, era una chica arquitecta que había llegado con su pareja hacía pocos días. Con ella debía trabajar en el Parque Central, donde se ubica la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, con el fin de dinamizar su vida cultural.

El lunes 3 de julio nos entrevistamos, la compañera francesa y yo, con el responsable de la escuela taller de Masaya, un tal Javier. Desafortunadamente, nos comentó que el Parque Central aún estaba en obras –las realizaban los estudiantes de aquella institución y así aprendían un oficio y recuperaban el patrimonio colonial español–. De tal forma que se me encargó que las actividades culturales las llevara a las instalaciones de la escuela taller. Recuerdo con cariño el cineclub que organicé y el esfuerzo que conllevó: montar la pantalla de cine, buscar un buen proyector, preparar el sonido, invitar a personalidades de la ciudad para que participaran en las sesiones y movilizaran a los masayenses…

Conocí a cooperantes de organizaciones europeas no gubernamentales, también a locales, con quien fui construyendo bonitas amistades. En poco tiempo tuvimos un grupo formado por una nicaragüense, dos holandeses, dos franceses y cuatro españoles. Los fines de semana se llenaron de viajes a: Managua, Granada, León, León el Viejo, San Juan del Sur, Jinotega, Estelí, Somoto, El Castillo y San Carlos… “de Nueva Jaén”.

Cuando me preguntaban por mi ciudad de origen, respondía con cierta maldad: JA-ÉN. Sabía que los extranjeros tenían problemas en su pronunciación, así que me empeñaba en que estos articularan perfectamente su sonido. Yo les decía: “no es Jaen, ni Yaen, es Jaén, con sonido /x/ y con tilde sobre la ‘e’”. Además, les explicaba el significado del topónimo y les situaba la ciudad en un pequeño mapa hecho a mano de la península Ibérica. En poco tiempo conseguí que todo mi pequeño mundo nicaragüense supiera pronunciar el nombre de mi ciudad y la localizara.

Es curioso, pero siempre he querido conocer bien Jaén y las otras “jaenes”. Cuando una enciclopedia caía en mis manos, la primera palabra que buscaba siempre era Jaén. Leía con atención la población que se decía tenía mi ciudad; contaba el número de renglones que la describían; buscaba la imagen que la ilustraba; y luego la comparaba con las “otras jaenes”. Cuando nació internet, creo que la primera palabra que googleé fue Jaén. Así, supe que había una Jaén en Perú, otra en Filipinas y una tercera en Nicaragua. De hecho, la más común en aparecer, a parte de la Jaén española era la peruana y más raramente la filipina y la nicaragüense.

Fue una noche en el malecón de Masaya, frente al volcán y la laguna del mismo nombre, cuando recordé aquel Jaén nicaragüense. Pregunté a varios locales pero ninguno había oído hablar de una ciudad cuyo nombre apenas sabían pronunciar. Mentiría si dijera quién me lo dijo, lo único que sé es que en algún momento se me confirmó la existencia de la localidad al sur del país, justo donde el río San Juan conecta con el lago Cocibolca.Aquella población de unos 50.000 habitantes, había perdido el apelativo Jaén, conservando sólo San Carlos.

Quería conocerla, quería pisar una tierra que alguna vez había llevado el nombre de mi ciudad en Nicaragua, como lo hacían en el presente Granada y León.

Empecé a informarme de cómo podía llegar hasta allí. Los casi 300 kilómetros de distancia entre Managua y San Carlos debían realizarse en avioneta, atravesar parte de la selva en autobús significaría perder demasiado tiempo. Comuniqué a mis amistades la intención de realizar aquel viaje, el costo que suponía volar y la recompensa: conocer una ciudad desconocida para todos. Mi amiga nicaragüense y la pareja francesa decidieron acompañarme.

El viaje fue toda una aventura. Tomamos un autobús que nos llevó de Masaya a Managua y allí compramos nuestros boletos para San Carlos en la aerolínea la Costeña. Me sentía muy feliz: iba a recorrer las calles de “otra Jaén”. En la terminal del aeropuerto conocimos a un granadino, era el responsable de una asociación de cooperativas de Madrid que tenía planes de desarrollo en países con dificultades. Se dirigía por primera vez a San Carlos para supervisar unas ayudas. Y fue así como pasamos de cuatro a cinco los integrantes de aquella pequeña expedición.

El tiempo de vuelo me resultó muy largo, la pequeña avioneta de apenas 12 pasajeros tuvo continuas turbulencias mientras sobrevolaba el lago Cocibolca y el archipiélago de Solentiname. Y así aterrizamos en una peculiar pista de tierra. Al llegar, me sorprendió la gran humedad que había. Caminamos por la localidad y pronto nos topamos con una carpa que llevaba inscrita: “Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Consejería de Bienestar Social”. Fue curioso constatar que la comunidad autónoma vecina cooperara en San Carlos. Seguimos paseando y llegamos a una especie de plaza donde vimos unos paneles que contenían una abundante cartografía histórica sobre aquel lugar, y en ellos se leía perfectamente: “Fortín de San Carlos – Nueva Jaén”. Uno de ellos daba un resumen de la historia de aquel remoto municipio: “En el año 1671, la Corona Española emite una Real Cédula donde se ordena la fortificación del Río San Juan. Para el año de 1724, hay establecidas en el Río San Juan, doce fortificaciones (...) La actual Fortaleza de San Carlos fue por primera vez reforzada en el año de 1793. La Corona Española envía un destacamento de 150 a 200 soldados. Dadas las hostilidades de los Zambos y Miskitos en el año de 1803, se refuerza la fortaleza de San Carlos con trincheras y baterías. Mientras América Central se independiza de España el 15 de septiembre de 1821, por la falta de comunicación que existía en la época, la guarnición del Fuerte de San Carlos proclama la Independencia el 17 de octubre. En 1825, San Carlos se constituye en Municipio. En 1848, los británicos retoman la ciudad de San Juan del Norte, entran en el Río San Juan y se apoderan de El Castillo y de San Carlos. El Tratado de las Cien Islas, firmado en las isletas de Granada, por medio del cual Nicaragua reconoce la ocupación británico-miskita de San Juan del Norte, pero no su soberanía. Los británicos ceden retirarse de San Carlos y El Catillo”.Según el historiador guatemalteco Padre Domingo Juarros, Nueva Jaén fue fundada en 1527 por el capitán Gabriel de Rojas, pero tras varias décadas, fue abandonada para ser refundada como San Carlos ya en el siglo XVII.

Aquel día pasó rápido. No dormimos en San Carlos, preferimos tomar una embarcación y navegar por el río San Juan hasta El Castillo, allí teníamos reservadas unas habitaciones. Y en la panga, rodeado de un paisaje verdaderamente exuberante, pensé en las historias que escondían aquellas aguas de la mano de miskitos, zambos, españoles, británicos, holandeses... Y en algún momento de eurocentrismo me dije: ¡qué bonito sería que San Carlos yuxtapusiera a su actual denominación el primitivo nombre “de Nueva Jaén”!

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