La Virgen del Rocío se reencontró este lunes con el Simpecado de Jerez sobre las diez y veinte de la mañana, algo más temprano de lo que venía siendo habitual en estos últimos años. El vivido en la calle Almonte fue sin duda alguna el momento culminante de la romería para los rocieros jerezanos y el inicio del epílogo de una procesión que siempre pareció algo apresurada.
Pero hay que empezar por el principio. La tarde del domingo vino marcada por una fuerte tormenta que convirtió en un auténtico barrizal algunas de las calles de la aldea. Además, las previsiones meteorológicas advertían de que a lo largo de la madrugada podría volver a aparecer la lluvia.
Quizá por eso los almonteños no quisieron esperar y adelantaron el tradicional salto de la reja, que se produjo a las 02.34 cuando el Simpecado de la Matriz no había regresado aún al interior de la ermita tras el Rosario de las Hermandades. Fue una situación inédita que dejó a más de uno descolocado y que marcó el posterior devenir de la procesión.
Al temor de que una tormenta pudiera romper la noche debe sumarse otra circunstancia no menos importante, y es que las andas sobre las que procesiona la Blanca Paloma han sido ensanchadas para facilitar su desplazamiento y evitar las continuas caídas. En efecto, en esta ocasión la Virgen del Rocío se fue al suelo en un menor número de ocasiones y ello contribuyó a acelerar aún más si cabe la procesión.
La Virgen del Rocío pasó por Triana y Sanlúcar cuando el alba no había aún despuntado y con decenas de simpecados adelantando su presencia en la plaza de Doñana precisamente para evitar quedarse sin su visita anual.
A eso de las nueve de la mañana, una verdadera multitud de romeros se había adueñado ya de la calle Almonte y del entorno de la casa de la Hermandad de Jerez. La tormenta no había aparecido, pero apenas lo hacía el sol, en una mañana caracterizada por los tonos grises.
El reencuentro de la Reina de las Marismas con el Simpecado morado se produjo a las diez y veinte de la mañana. Justo antes, los romeros habían abierto un gran pasillo para que los almonteños acercasen a la Virgen a la capilla. Apenas hubo tiempo de rezar la Salve, de que los pétalos colorearan el cielo mortecino de esta mañana de lunes y de que se hiciera un compás por bulerías. La Virgen del Rocío ya se había marchado. Seguía allí, ante la casa de Jerez, pero ya parecía lejana, inalcanzable...
Almonte se llevó a la Blanca Paloma hacia la calle Moguer, desde donde ya se divisaba la ermita. A las once y media de la mañana la Virgen estaba ya en el presbiterio. Todo había acabado antes del mediodía. Todo pareció fugaz y apresurado, pero a la vez eterno. Un año entero para soñarlo...