Así es. Quizás su cuerpo descanse en ese mausoleo que avergüenza a cualquier demócrata, pero su espíritu está más vivo que nunca, gracias al aliento de algunos y a la indiferencia de muchos.
No les hablo de esos nostálgicos que coleccionan águilas bicéfalas. Me refiero a los restos, aún candentes, de eso que llamaron Transición, y que no fue más que una venta masiva de caretas en la que las fuerzas vivas del Movimiento pasaron, en cuestión de días, a disfrazarse de demócratas de toda la vida.
Si no, no puede explicarse que usted, si tiene la suerte de apellidarse Franco, pueda salir indemne después de atentar contra la autoridad, a pesar de que todos los indicios apuntaban en su contra, incluidas las declaraciones de la Guardia Civil, mientras que por una pelea en un bar haya gente detenida desde hace tres años. Si no, no puede explicarse que seamos la única “democracia” occidental que mantenga monumentos, calles, plazas y avenidas dedicadas a golpistas y fascistas, para sonrojo de los demócratas y cachondeo por parte del resto de europeos.
No tiene otra interpretación posible que pseudo-políticos tergiversen el pasado y falseen la Historia, yendo en contra, incluso, de lo que afirman las sentencias de los tribunales franquistas, y llamen violadoras y asesinas a mujeres que fueron fusiladas por motivos estrictamente políticos, con total impunidad y descaro. No sería posible, de otra manera, que volvamos a presenciar como grupos de exaltados boicoteen una película, entendiendo que su concepto de democracia es la de velar porque los ciudadanos pueden ver lo que ellos consideren que coincide con su manera de pensar. Si es que lo hacen. O que una Presidenta de Comunidad se permita el lujo de advertir del peligro de la quema de iglesias, así, sin mediar tres botellas de anís de por medio.
La Sacrosanta Transición permitió que todo cambiara para que todo permaneciera igual. Los mismos culos ocupaban los mismos sillones: jueces, comisarios, las grandes familias. Todo quedó atado y bien atado, según el firme mandato del dictador. Y tanto es así que alcaldes se permiten la osadía de ir contra la Ley de Memoria Histórica sin que nada ocurra, que políticos e intelectualoides a sueldo retuerzan el pasado y blanqueen un golpe de Estado, sin que nada suceda.
Españoles, Franco no ha muerto. Sigue de parranda.