Huelva se ha quedado sorprendida con el fallecimiento de Eduardo Fernández Jurado, un hombre polifacético que había puesto sus cualidades al servicio de Huelva, que si le reconoció con la concesión de la Medalla de la Ciudad que lucía este onubense, que ya echamos de menos.
Eduardo fue de todo. Futbolista en su juventud y que pudo alcanzar altas glorias pero prefirió dedicarse a la medicina, ganándose un gran galeno mientras se perdía un excelente futbolista que tuvo el honor de vestir la camiseta del Decano en su etapa juvenil. Eduardo fue apasionado y fervoroso defensor del toreo, al que pregonó para sus Colombinas y dedicó muchas horas, hasta el punto de que se convirtió en “empresario” a la hora de organizar un festejo en beneficio del Recreativo. Eduardo fue un flamenco que no sólo compuso sevillanas conocidísimas y que han quedado como auténticas antologías, sino que también escribió obras de gran envergadura como aquella ópera en la que relató el Descubrimiento de América o la cantidad de letras que ha dado a innumerables interpretes para que las canten. Eduardo fue rociero y abría el cortejo de su Hermandad de Emigrantes portando la bandera nacional y, en la actualidad, era el presidente de la misma. Eduardo era muchas cosas más que, desgraciadamente y por falta de espacio, no podemos entrar en estos momentos, como era un señor y un caballero que sabía comprender que no hay espacio suficiente para recoger todas ellas.
Por encima de todo, Eduardo era cofrade, que trabajó muchísimo por la Semana Santa, aunque también contribuyó a las de otras localidades como cuanto comentaba la Madrugá para Canal Sur o cuando pregonaba la de tantos pueblos. Perteneció a la junta directiva de la Hermandad del Calvario, siendo diputado mayor de gobierno. Fue presidente de la Unión de Cofradías durante la etapa comprendida entre 1992 y 1995 y, durante su mandato, se cambió el itinerario de la Carrera Oficial, entrando por La Placeta para hacer estación de penitencia en la Iglesia de la Concepción, un trayecto que aún pervive. Y la pregonó en dos ocasiones, en 1982 y 2007, siendo aún muy recordadas sus intervenciones.
Del pregón de 1982 hemos querido recoger los párrafos finales en los que Eduardo supo mezclar sus dos grandes pasiones: la Semana Santa y la Virgen del Rocío. Entonces, el pregonero dijo:
“Es Domingo de Resurrección. ¡Y se rasga el velo del templo! Eso ocurre en otros sitios, que aquí el velo se rompe de arriba abajo ¡entero! Que ya por nuestras calles se oye tocar al tamborilero. ¡Tiempo de Pentecostés! ¡Tiempo del Espíritu Santo! ¡Tiempo de la Blanca Paloma! Que aquí el Domingo de Resurrección cuando decimos Ángeles, Rosario, Paz, Amor, Refugio, Valle, Esperanza, Victoria, Dolores, Consolación, Amargura, Angustias o Soledad, lo que de verdad estamos diciendo es ¡Rocío!
Porque
te digan como te digan
lo serás mientras viva
y hasta el día que me muera.
Este es el verdadero sentimiento de Huelva. Quizá, por eso, todavía, no tenemos hermandades de Gloria, que los choqueros vivimos las alegrías de la Resurrección disfrutando la Pascua, haciendo de la espera Pascual rito religioso: hay Fe en el Padre, Esperanza en el Hijo y Caridad de la Blanca Paloma. ¡Y, seguimos, Semana Santa! Hasta que, como los discípulos de Emaús, nos convertimos en peregrinos, nos vamos pá la marisma y acabamos la Semana Santa ¡de verdad! La noche de Pentecostés cuando ocurre, lo que puedo decir, con mis propias palabras: Salta la reja, almonteño, se acaba la madrugá”.