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Viernes 15/11/2024
 

Lo que queda del día

Ética de ventanas

La cuestión no es que el aún presidente en funciones se desdiga, sino que incluyó como insomnes al 95% de los españoles, a los que ahora ignora por el poder

En La ventana indiscreta hay un momento en el que James Stewart espía con su teleobjetivo a una vecina que acaba de entrar en su apartamento con un joven que empieza a sobrepasarse con ella. La mujer se rehace, lo empuja hasta la calle y rompe a llorar. Stewart termina superado por lo que acaba de ver a través de su cámara y empieza a preguntarse si es ética la costumbre adquirida desde su silla de ruedas de asomarse a diario a las vidas de los demás sin contar con su permiso. Es entonces cuando Grace Kelly le contesta con una gran frase: “No entiendo de ética de ventanas”.

Quiero creer que cuando Pedro Sánchez tomó en la noche de este pasado domingo la decisión de llamar a Pablo Iglesias para intentar llegar a un acuerdo y formar un gobierno de coalición, alguno de sus asesores le recordaría la frase que pronunció hace tan solo unas semanas -“si Unidas Podemos formara parte de mi gobierno no dormiría tranquilo por las noches”-, e incluso le haría ver la posibilidad de que buena parte de los españoles lo viera como faltar a su propia palabra, como si, en realidad, no fuese de fiar, como si no tuviera ética. Parece evidente que Sánchez, asomado desde una ventana de Ferraz, tal vez con la mirada perdida, pudo haber respondido como Grace Kelly: “No entiendo de ética”.

La cuestión no es que el aún presidente en funciones se desdijera a sí mismo sometido por las circunstancias o se prestara a admitir que tiene memoria de pez cirujano sin darle mayor importancia, sino que cuando dijo aquella frase incluyó como insomnes en el mismo sintagma al “95% de los españoles”, lo que, estadísticamente, implica no sólo a los votantes de la derecha, sino a los suyos propios, y que, efectivamente, le importa un bledo que ese 95% de los españoles pueda perder el sueño ahora mientras que él no tenga que cambiar de colchón.

Y es estupendo que Pedro Sánchez y el PSOE hayan llegado por fin a un principio de acuerdo con otro partido para formar un gobierno progresista. De eso se trata, de formar una mayoría parlamentaria a la que sólo le falta que Ciudadanos haga un penúltimo servicio a la patria ofreciendo su abstención antes de que lo hagan los soberanistas catalanes, pero es una lástima que haya tomado su decisión a costa de la credibilidad y la fiabilidad de quien aspira a presidir el gobierno de todos los españoles durante los próximos cuatro años; es decir, por mera cuestión de supervivencia -o de resistencia-.

He de admitir que durante unos minutos sostuve una teoría alternativa acerca de los movimientos dados por Sánchez tras el recuento electoral, y que conducirían, definitiva e inevitablemente, a un acuerdo de gobernabilidad con las otras fuerzas constitucionalistas, aunque bastó el destello de la navaja de Ockham para entender que todo es mucho más simple y más sencillo, y que, por supuesto, no tiene nada que ver con nosotros, con nuestras vidas, con nuestro insomnio, sino con quien desea ocupar el poder a costa del desprestigio de la política, una vez más.

Este viernes, en las Jornadas Nacionales de Periodismo que organizó nuestro grupo en San Fernando, Javier Aroca ponía de manifiesto que ese “desprestigio” de la política es el que ha llevado a mucha gente, “que sí es política”, a refugiarse en las tertulias de la televisión, ya que es la única manera de verse a sí mismos frente a cuestiones trascendentales, y la única manera de observar la política sin caer en la desafección.

Parece evidente que seguimos en esa misma sintonía, puesto que el anuncio de Sánchez se ha convertido en tema de conversación preferente durante toda esta semana. Una más, que es como vivir de espaldas a lo que de verdad ocurre a nuestro alrededor más próximo. Han pasado ya cinco meses desde la constitución de las nuevas corporaciones municipales y la actividad política municipal parece permanecer en un segundo plano, como convaleciente, salvo algún sonado escándalo que ha terminado apagado por el sonido ambiente de Cataluña, la ingobernabilidad y las elecciones. Más que mirar por la ventana, hay que mirar el reloj: cuánto tiempo perdido.

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