Hay días que por más que busques con ahínco ni vienen ni se ven que puedan realizarse por más que el tiempo devore el calendario. Es un imposible que nunca llega.
Esa utopía que vence la razón al corazón. Pero no siempre la lógica se impone, es más, lo bueno, lo exquisito, se hace esperar aunque tu impaciencia te exaspere y te desmonte la creencia de que lo imposible es una quimera; la ilusión y las ganas por volver te mantiene en la creencia de que hay sueños que se cumplen.
Nada podía estropear tanto tiempo aguardando y esperando a revivir un reto que se ha ido cociendo a fuego lento. Muchos inconvenientes, demasiados problemas que se han alargado para que por fin el José del Cuvillo abriera las puertas de par en par a un racinguismo que se entregó en la vuelta al templo rojiblanco.
Tarde de nervios, de reencuentros, de emociones, de recuerdos, de palpitaciones y de no saber cómo digerir tanta pasión descontrolada. Un éxtasis en bucle.
El Racing es mucho Racing, y la expectación creada y la eterna espera bien mereció la pena; el ensoñamiento generalizado hizo parar el tiempo a más de 1.000 almas que disfrutaron por el hito y por cómo se había perdido todo y recuperado al mismo tiempo.
El Racing Portuense es pureza, es Puerto por los cuatro costados, un sentimiento en rojiblanco que no entiende ni de categorías ni de premios, el mayor, el que su gente le procesa de manera incondicional.
El Racing Portuense ha vuelto a su casa. Y ho he venido a verte.