PEDRO SEVILLA
Fue el barbero de mi infancia y preadolescencia, luego fue una de las personas míticas en mi formación sentimental. Ya he contado muchas veces mi afecto y fidelidad a mis barberos, y entre ellos, porque fue el primero, guardo un especial afecto a Fede, Federico Rosado. Cuando mi madre me mandaba con una moneda en la mano y un beso en la mejilla que fuera a perlarme, me dirigía a su barbería de mala gana, la verdad, porque ya me veía casi mocho y con el mirlo cortado muy derechito, como una cortina sobre mi frente. Mi madre me lo encargaba siempre: “ Y dile al Fede que te descargue de arriba, de aquí”, y me señalaba las parte superior de la cabeza. La pobre estaba obsesionada con los pelos: yo acababa de entrar en La Salle y me tenía la cabeza controlada para evitar el acomodo de los piojos. Es lo que decía ella: “A mí me dicen los curas que mi niño tiene piojos y me muero de vergüenza”.
Ya en la barbería de Fede, esperando mi turno, me entretenía mirándome en el espejo y haciéndome morisquetas a mí mismo. Allí, en la barbería, aprendí fundamentalmente dos cosas: la alineación del Real Madrid de aquellos años, a saber, Betancourt, Calpe, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento, y que los hombres, cuando están en una reunión de hombres, son unos desvergonzados que no hacen más que hablar de mujeres. Y con qué palabras, Dios mío. Para lavarles la lengua con lejía, vamos.
En fin que de lo de Fede salía pelado, enterado de la goleada que el Real Madrid había propinado el domingo antes a un inocente Elche, y con el vocabulario de palabrotas bien surtido. Cuando dejé de ser niño, tendría doce o trece años, se puso de moda el corte de pelo a navaja, así que los mocetones de la calle del Molino fuimos a lo de Fede para que nos preparara para ser modernos, que es lo que queríamos ser. Con mi pelado a navaja me veía yo ya convertido en un joven de mundo, poco menos que un playboy, qué dolor.
Fede ha muerto en mitad de este dolor general que padecemos. Se ha ido y como siempre me pasa, nunca fui capaz de agradecerle su gran labor social. Sí. Una barbería era, y es, un centro social, un lugar higiénico y sentimental donde los hombres se pelan y hablan de amor y de mujeres mientras la calle, la actualidad, es introducida dentro de la sala por la plata del espejo. Ha muerto Fede, con su amor al Carnaval y sus letras sabias, y en mi memoria de niño viejo tendrá siempre un lugar de culto. Tan sólo porque era un aliado de mi madre en la lucha contra los malditos parásitos que rondaban nuestros infantiles cráneos, merece un lugar de honor. No olvidaré nunca el espejo de su barbería donde transcurrió nuestra infancia.