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Lo que queda del día

Un peine para dos calvos

Ni siquiera el auto de una jueza puede que obre el milagro -que PSOE y PP se pongan de acuerdo en algo trascendente, aunque les exija renuncias

Publicado: 21/11/2020 ·
16:40
· Actualizado: 21/11/2020 · 16:40
  • Asfaltado de la calle Corredera -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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La periodista Leila Guerriero recordaba recién la respuesta de Jorge Luis Borges cuando le preguntaron, allá por 1982, sobre el enfrentamiento bélico entre Inglaterra y la Argentina a causa de las islas Malvinas: “Son dos calvos peleando por un peine”. Y me pregunto si no es la misma sensación que nos queda cuando vemos a socialistas y populares -preferentemente, aunque no tengan la exclusividad- discutiendo o polemizando en torno a una cuestión concreta, incapaces de llegar a un acuerdo por no dar su brazo a torcer. Alguien debería advertirles: “Mírense al espejo. Son calvos. Y solucionen de una vez nuestros problemas”.  

Por si no bastaba con la moraleja, una jueza lo ha expuesto negro sobre blanco en un auto dictado esta semana como consecuencia de la paralización de las obras del eje Corredera-Esteve en pleno centro de Jerez. Por si no están al tanto, la Junta ordenó que los trabajos no siguieran adelante porque se estaba atentando contra el patrimonio urbano y el Ayuntamiento recurrió al contencioso administrativo para denunciar el intervencionismo autonómico en decisiones que consideraba de exclusividad municipal. A este respecto, la jueza entiende que ha sido “la falta de entendimiento entre las administraciones implicadas” la que ha llevado “a la situación actual”, sin que se pueda pretender “que esa incapacidad de coordinación en pro del bien común pueda ser sustituida por una resolución judicial a favor de una de las partes”. 

El Ayuntamiento no ha conseguido la suspensión cautelar de la orden de la Junta, lo que podría considerarse una derrota, pero el auto tampoco se pronuncia sobre el tipo de pavimento o de obra que hay que llevar a cabo, sino que opta por una vía salomónica que, en el fondo, censura la ineptitud de ambas partes de cara a haber alcanzado un acuerdo antes de haber solicitado la intervención de los tribunales, que se ha limitado a subrayar esa “falta de entendimiento” y su “incapacidad de coordinación” como auténticas culpables de una situación que deben resolver entre ellos y no con un árbitro independiente que ni siquiera ha necesitado del apoyo del VAR para llegar a tan clarividente conclusión.

De hecho, el Gobierno local ha interpretado la resolución judicial como una invitación al diálogo entre las partes para encontrar una solución pactada a la finalización de las obras. Lo grave, en todo caso, es que una jueza tenga que recordárselo, al Ayuntamiento y a la Junta, a PSOE y PP, que son los auténticos actores de un desencuentro que va más allá de los planes urbanísticos para entroncar con su particular contienda política, que siempre parece estar por encima del sentido común y, peor aún, de los intereses generales de la ciudadanía.

Si el Ayuntamiento actuó precipitadamente, bajo el compromiso de solventar en menos tiempo y con menos dinero unas obras que se antojaban molestas, la Junta también ha hecho méritos por enmarañar la inevitable salida negociada al interpretar como una deslealtad el recurso judicial planteado contra su decreto, pese a que todavía no hay constancia de que la política del desaire haya contribuido a mejorar la vida de una ciudad; en todo caso, a desgastar al adversario, que parece el único empeño de este combate a puntos interminable, puesto que ni unos ni otros consiguen dar pistas sobre la solución definitiva a una obra fallida en la “ciudad fallida”, como la definió con acierto en una ocasión Ana Huguet.

Admito mi ingenuidad: ni siquiera el auto de una jueza puede que obre el milagro -que PSOE y PP se pongan de acuerdo en algo trascendente, aunque les exija renuncias-, pero tampoco hay que olvidar que hubo un tiempo en el que el acuerdo era posible, y habitual, aunque haya que remontarse casi 40 años atrás. Entonces, por supuesto, ya existían los Montescos y Capuletos de la política, pero tenían demasiado reciente el blanco y negro de sus padres y abuelos como para arriesgar un futuro en común. Si entonces parecía difícil el consenso y lo alcanzaron, a qué viene ahora esta aversión, no por la palabra, que no paran de repetir -diálogo-, sino por llevarla a la práctica.

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