Si 2020 le ha parecido un año desastroso, agárrese los machos. 2021 llega averiado. El inicio de la campaña masiva de vacunación es esperanzador. Pero no se engañe. La vacunación no garantiza la vuelta a la antigua normalidad a corto y medio plazo. En el ámbito laboral, el año arranca sin que haya certidumbre sobre el futuro de miles de empleos y cientos de empresas que no se han destruido aún por la crisis gracias a los expedientes temporales de regulación de empleo. La factura es inasumible, pero la catástrofe económica y social que provocaría poner fin a este mecanismo de rescate sería terrible. El Gobierno no pía, pero el debate está en si la prórroga de los ERTE se alarga hasta Semana Santa o directamente hasta verano. Hay quien defiende ya hacerlo hasta diciembre.
El turismo, principal actividad económica, no espera una pronta recuperación. El tercer y el cuarto trimestre han sido desastrosos. La suspensión del Carnaval de Cádiz y las fiestas de primavera, Semana Santa y ferias, con Sevilla a la cabeza, descarga un nuevo mazazo sobre las machacada cuentas del sector hostelero. Sin alternativas, la nada es pobreza.
El desmantelamiento del sector industrial acelerado con motivo de la pandemia y la falta de apoyos que están encontrando los autónomos por parte de las administraciones públicas ensombrecen aún más las perspectivas a corto plazo.
Como la vacuna, el plan de rescate de la Unión Europea despierta cierta ilusión, pero los fondos no llegarán de manera inmediata y, dado el cortoplacismo imperante en la clase política y gobernante, puede acabar siendo un despilfarro de dinero público sin rendimiento productivo, un trasunto del Plan E de José Luis Rodríguez Zapatero que no genere empleo estable y de calidad ni riqueza.
Los problemas que reveló y agravó la pandemia no están en vías de solución. La precariedad laboral de los profesionales sanitarios es indecente y las residencias de mayores siguen sin contar con los recursos médicos suficientes para frenar en seco un rebrote.
La polarización y la crispación política ha alcanzado cotas inadmisibles. Pero los partidos se deslizan por una pendiente resbaladiza en este sentido. La confrontación sube unos grados más incluso cuando parecía haber llegado al límite. El ataque al rey y al régimen del 78 es definitivo. No caben acuerdos.
Y, finalmente, los ciudadanos hemos demostrado una inmadurez vergonzosa. Incapaces de hacer buen uso de la libertad, solo cumplimos cuando se decretó el confinamiento duro. Con la excusa del hartazgo por la situación, se incumplen normas de forma temeraria. Las multitudes de estas fiestas eran innecesarias y provocarán una tercera ola.
Queda, por lo tanto, mucho por hacer. Y para hacerlo bien, el primer paso es reconocer que la salida de la crisis no caerá del cielo. Estamos obligados a ser críticos, responsables, dialogantes, pacientes. Y asumir que no daremos con las soluciones si partimos de diagnósticos equivocados o engañosos. De eso depende no convertir 2021 en otro 2020.