La personalidad, los gustos, la identidad o la ideología son casi tan únicas como las huellas digitales, un intangible que se va labrando desde la niñez y que está sujeto a múltiples factores internos y externos, como la familia, la educación, los amigos. Quizás, por eso nuestras madres nos repetían tanto aquello de “cuidado con las malas junteras”.
Da igual si a uno de “los tuyos” lo pillan vendiendo drogas a la puerta de un colegio o desayunando café y recién nacidos a la plancha. Se le defiende a capa y espada porque es “de los tuyosera casi instintiva e imperceptible, de qué equipo de fútbol era, o si te tiraba más ser rockero que fan de Los Pecos. Pero convivíamos sin mirarnos con desconfianza, por encima del hombro o con desprecio. Te reías del compañero de clase cuando su equipo perdía, a sabiendas que pronto podrías ser tú la víctima de las risas ajenas.
Pero hubo un día en que nos levantamos siendo forofos. En todo. En cualquier asunto que se nos cruce por delante. Desde si la tortilla de patatas ha de llevar cebolla o no hasta tu partido político. Sí, tu partido, como si fuera el club de tus amores. Estamos tan crispados que hablamos de “nuestro partido”, en lugar de hablar de ideas, de formas de gobernar, de maneras de ver la gestión de lo público y lo privado.
Da igual si a uno de “los tuyos” lo pillan vendiendo drogas a la puerta de un colegio o desayunando café y recién nacidos a la plancha. Se le defiende a capa y espada porque es “de los tuyos”. No admites la menor de las críticas, y ay de aquél que ose ponerte por delante sus vergüenzas. Pasará a engrosar la lista negra de enemigos irreconciliables, a la altura de tu cuñado más brasas. Respondes con fiereza, y en lugar de aceptar las debilidades propias, atacas las ajenas buscando un borrón en “el contrario”, en “el enemigo”, como si la basura pudiera blanquear la basura.
Nos volvimos gilipollas. Porque nos partimos la cara por gente que no tiene más partido que su cartera ni más ideología que la de su nómina mensual. Porque nos batimos en trincheras excavadas por otros a base de exabruptos e insultos, de discursos basados más en buscar el chiste y el ridículo ajeno que en poner, negro sobre blanco, soluciones para los que se hostigan por ellos cada día.
Sé que generalizo y pagan justos por pecadores. Como por ejemplo, los míos. A esos, ni tocarlos.