Pedro Sánchez es nueva política, aunque lidere un partido centenario. El tono, el fondo de su discurso, el modo en que maniobró para alcanzar el poder en el PSOE solo podían triunfar en los tiempos de Twitter y Faceboook. La política se convirtió definitivamente en espectáculo con él. Pedro Sánchez protagonizó un serial con todos los ingredientes para seducir a la audiencia (ni opinión pública ni electorado) en la pequeña pantalla con destitución del aparato, intento de pucherazo, gira en su coche, solitario, acompañado únicamente por un puñado de consignas, y derrota de la todopoderosa entonces Susana Díaz. A lomos de un discurso populista y espoleado por una mentira sobre una primera sentencia por la red de corrupción Gürtel, alcanzó la presidencia del Gobierno y aprovechó el caos político, con el principal partido de la oposición noqueado, y un buen ciclo económico, para revalidar su triunfo en las urnas, blanquear el nacionalismo excluyente y, en algunos casos, asesino, y gobernar con la extrema izquierda.
Pedro Sánchez pactó con Unidas Podemos pese a que esta opción le quitaba el sueño en campaña y, sin apenas tiempo de rodar, el coronavirus lo puso todo patas arriba. El confinamiento duro y la dramática situación que vivió España durante los primeros meses de la pandemia hizo que muchos de los desmanes del Gobierno de coalición fueran excusados. Pero, aunque miró para otro lado, el personal ha tomado nota: las incongruencias del Ejecutivo eran diarias, con ministros que se contradecían, y un Fernando Simón frívolo, incapaz de acertar ningún pronóstico; ha habido dejación de funciones, descargando sobre las comunidades autónomas toda la responsabilidad; el escudo social no ha funcionado, ni el Ingreso Mínimo Vital ni las moratorias de pagos de hipotecas, entre otras medidas estrellas puestas en marcha; y la campaña de vacunación ha sido un desastre, salvada únicamente por la capacidad de respuesta de los servicios autonómicos de salud, que inyectan cada dosis de los escasos viales recibidos en tiempo récord.
Pedro Sánchez ha mentido con el número de víctimas, ha utilizado el poder Ejecutivo para ahogar a la capital y hacer campaña electoral, oculta información sobre su Gobierno, ha fracasado en las urnas en Cataluña y Madrid, tiene abierto un frente orgánico con las primarias de Andalucía y ayuntamientos, comunidades, empresas, comienzan a impacientarse porque no llegan los fondos europeos para la recuperación. El precio que está dispuesto a pagar por ellos a la Unión Europea, con una subida de impuestos brutal para las clases medias, ha terminado de poner en cuestión su liderazgo.
Felipe González llama a la reflexión en el seno de un partido dividido entre Ferraz y Moncloa, con Ábalos e Iván Redondo enfrentados. Las encuestas sitúan por delante a Pablo Casado por primera vez. Y España parece despertar de golpe del encantamiento con el fin del estado de alarma y la palabra mágica pronunciada por la más lista del Reino, Isabel Díaz Ayuso, libertad, como respuesta a la pregunta de qué hemos perdido desde que Pedro Sánchez gobierna con Pablo Iglesias.