Para llegar al Monte de las Ánimas uno tiene que adentrarse, a base de bien, en la esencia misma de la Sierra Sur. Pasada Valdepeñas y después de ser sorprendidos por el nacimiento del río Vadillo, un afloramiento de agua que nace con fuerza a media montaña, espléndido manantial que alimenta más abajo el espectáculo de Las Chorreras, un camino de grava asciende bordeando la ladera, por momentos con recios baches que nos hacen preguntarnos qué nuevos desafíos nos tendrá reservada esta tierra de prístina belleza. Al fin, sorteado un puerto, descendemos hacia un pequeño valle, verde y estrecho terreno rodeado en sus cuatro puntos cardinales por solemnes montañas. Allí se encuentran los apartamentos "Monte de las Ánimas", y allí celebra la Cofradía Gastronómica de El Dornillo sus diez años de existencia, en un sábado de solaz que rememora aquella reunión iniciática que los cofrades fundadores llevaran a cabo en un lejano ya 2003, y en un escenario que, aunque geográficamente es el mismo, la modernidad ha transformado desde el viejo cortijo que le diera origen, al confortable alojamiento que acoge a los participantes en este aniversario en el que la gastronomía y la naturaleza se hermanan, en esa armonía casi inalterable con que suelen presentarse por estos lares.
Vestidos con sus elegantes capas, atuendo verde y bermellón que parece recoger los colores más primitidos del entorno, los cofrades se reúnen con el resto de invitados en una fiesta en la que la pipirrana, el choto al ajillo y el cordero a la caldereta son el centro de atención de los paladares congregados alrededor de una mesa, sin formalidades, con el protocolo que dicta la familiaridad y el único ánimo de celebrar la vida cerca de un buen manjar y un mejor vino.
Concluida la pitanza, Juan Infante, esa alma mater de este grupo tan bien avenido, reúne trabajosamente a los presentes para inmortalizar el momento. Luego, se reconoce, en un acto sencillo pero no exento de momentos de emoción, a todos aquellos que han colaborado de una u otra forma con El Dornillo a lo largo de estos años, y el nombre de Manolo "El Sereno", en medio de alguna que otra lágrima, no para de colarse en la reunión, de boca de uno u otro, como si su espíritu, tan zalamero, tan amante de la compañía y la presencia de los buenos amigos, no quisiera perderse por nada esta congregación.
Viendo al grupo humano, reunido en aquel lugar recóndito, se diría, sin temor a equivocarse, que esta década ha sentado bien a El Dornillo. Sus protagonistas han sobrepasado, con creces, los propósitos iniciales, y han puesto un enorme grano de arena para hacer más conocidas las excelencias gastronómicas del sur de Jaén, convirtiéndose en embajadores del aceite de oliva fuera incluso de nuestras fronteras, difundiendo nuestros productos por la ancha piel de toro y convencernos, de paso, a nosotros mismos, de la suerte de vivir en esta tierra, en la que tantas cosas buenas se hacen, aunque a menudo sólo haga falta que nos lo terminemos de creer.