Queridos lectores, las crisis generalizadas a que asistimos en la economía, la política y la naturaleza están modelando nuevas subjetividades entre las que se encuentran elementos de simulación, desesperanzas y desencantos que corroen por dentro a la sociedad, a la familia y a las personas en lo individual.
Pienso que pocos pudieran ser lo lugares específicos de la geografía planetaria que escapan a estas nuevas realidades acentuadas por causa de la desidia con que son asumidas las responsabilidades del poder y los intentos de uno y otro signo por imponer un único pensamiento al que muchos contraponen por su parte un único contra pensamiento, que nos atrapan con pinzas que se cierran sobre nuestra vidas ahogando el sentido de la espiritualidad, la posibilidad de una esperanza verdadera y la práctica del amor sin límites que pudiera salvarnos del hastío y del vaciamiento del espíritu. Es un cambio de época, que quizás sea el más profundo y radical a que se ha visto expuesta la humanidad. Tal parecería que todo está en peligro, mientras que algunos no le hacen caso a estas circunstancias, las que por el contrario tratan de aprovechar a favor de sus intereses específicos, tanto los que las utilizan para medrar en su favor como los que se oponen solo por el oficio de contraponerse a los poderes del otro para establecer los suyos.
Son realmente momentos complicados en los que parecería que el bien y el mal se juntan en una única forma externa muy difícil de discernir.
Quizás sea que realmente todo se encuentra dentro de una única matriz propia de la condición humana, que tendríamos que transmutar con un esfuerzo de vida que debería iniciarse por la persona en su interior para proyectarla hacia la sociedad en lo local y lo universal.
No es una complicación semántica, porque si hacemos un poco de esfuerzo podríamos observar que los elementos del bien y del mal se encuentran esparcidos dentro de todo el contenido de la vida contemporánea, de forma que se nos hacer difícil separarlos unos de otros si no actuamos de forma genuina y con un pensamiento genuino, porque muchos son los que se acomodan a las realidades que le son circundantes y solo alaban a los que le rodean como si fueran parte del bien generalizado, que se proclama únicamente con palabras en forma camuflada por la propaganda de los medios de comunicación que nos repiten y nos repiten consignas, análisis y planteamientos vacíos.
Mientras algunos hablan del cambio que en realidad no es cambio, otros se aferran a una estabilidad que ahoga al cambio.
Todo esto, cuando quizás lo necesario es el cambio total para sobrevivir a un cambio de época y a un cambio de ambiente en un planeta y una sociedad que ya no nos resiste.
Quizás para comenzar a transitar por el camino de las soluciones que podrán traernos ese cambio esencial, sería necesario hurgar dentro de nosotros lo que es genuino de la más pura condición humana, preguntándonos con toda sinceridad sobre qué es lo que hacemos, qué es lo que deberíamos hacer y cuáles son las razones que han dado origen a la vida social y espiritual en que nos desenvolvemos.
En primer lugar pienso que deberíamos identificar el ego que todos llevamos dentro, para ponerlo en función de volcarnos verdaderamente hacia los demás, no como un puro acto de política para que se vea externamente que somos los buenos, sino como un acto de amor supremo que sería lo que nos permitirá derrotar a la desesperanza para continuar adelante en el devenir de la vida del cual nadie debería apoderarse.