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Notas de un lector

Laberinto de cristal

Con “Fin del mundo del fin” (Valparaíso Ediciones. Granada, 2022), suma Izara Batres su quinto poemario.

Publicado: 24/10/2022 ·
12:34
· Actualizado: 24/10/2022 · 12:34
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Con “Fin del mundo del fin” (Valparaíso Ediciones. Granada, 2022), suma Izara Batres su quinto poemario.

A lo largo de este sugestivo conjunto, puede hallarse una disconformidad con el ámbito que rodea al sujeto lírico, una dualidad que se orilla entre la recriminación y la compasión, entre los axiomas del tiempo y los anhelos intrínsecos a la vida. Porque lejos de asumir resignada cuanto la cotidiana existencia convoca, la escritora madrileña se afana en construir una dimensión reveladora de cuanto razón y sentimiento puedan dirimir. Ese juego de contrarios que establece lo humano y la materia signan, a su vez, este diálogo de resplandores, de hondura y compromiso con la esperanza: “Llueven los pedazos de sol/ en monedas negras de abismos./ Llueves como un vendaval de ceniza en flor,/ como una niñez de dardos sin tierra (…) Todo se está cayendo./ Y sonríen, y aún creen/ que están a salvo”.

Encontrarse con el universo propio, con el principio y el fin del mundo, desplegarlo y mostrarlo de forma común, con el esfuerzo fértil de quien dora la conciencia, pareciera ser también lo que codicia el verso vívido de Iza Batres. Lo que el hombre ha usurpado al hombre, cuanto ha permitido convertir en condena o miseria, sobrevuela estas páginas donde cabe un presente borroso, urdido en su propio extrañamiento y del que se desprende la médula de un abismo que otrora fuera dicha: “Morir de este rayo,/  de tanta vida tanta vida pidiendo tanta vida tanto rato tanto tiempo/ y nadie sabe lo agotador que es morir a cada segundo/ a cada instante/ morir de tanta vida”.

Lo que la poesía tiene de sagrado, de celebración, de dádiva, se hace aquí corazón candente a través del verbo que la poeta renueva y reescribe como tacto purificador. En su misma meditación, el yo lírico no se deja ganar por la complejidad de otro destino que no sea lo revelado, lo sustantivo. De ahí, que su palabra horade conscientemente una certidumbre que quisiera perdurar, una claridad terrenal que constate la permanente alquimia de lo cotidiano: “Al fin me acepto en la circunstancia (…) Es un estadio salvaje de fuego líquido,/ somos agua en la brecha del poniente,/ somos el fuego elegido y subimos, nos elevamos,/ sólo es un abrazo, pero es el universo”.

Estos poemas respiran y se sostienen sobre una arquitectura sólida, sobre una expresividad que roza el encantamiento y que pretendenacercarsea la esencia de un cosmos ilimitado. Y así, el discurso de Izara Batres se consagra en restaurar lo solidario, en acariciar la alegoría de un conocimiento contumaz, en anudarla inocencia primigenia, la ternura antigua  a lo que tantas veces sostuvo el ayer.

Un poemario, sí, atractivo, unánime, cosido a lo indagatorio, a lo intelectivo, a todo aquello que se cierne sobre la costumbre de los objetos y los seres, a su manera de entender su ulterior condición: “Hay un pasaje, al final de la raíz que alimenta el tejido,/ el fin no es más que una derrota del tiempo./ Rompamos el laberinto de cristal”.

 

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