La derecha y la izquierda componen por igual esta tierra sagrada que es España.
En este país nos gusta bordear el peligro. Nos pasamos media vida deseando lo sensato y otra media lamentando cómo lo hemos perdido. Dice mi gran admirado Watzlawick que es condición humana: romper lo que acabamos de construir con trabajoso esfuerzo y atraídos por fuerza irresistible. Será así, pero hay que reconocer que también en esto nos tomamos los hispanos exageradamente la vivencia; serán horas de sol, qué otra cosa puede ser, las responsables de este calor en el vivir y en el convivir. No pecamos de reflexivos.
Es lo cierto que yo, que me he pasado la vida oyendo el deseo de libertad a mi alrededor como algo deseable y lejano, ahora tengo que contemplar cómo se atenta contra la debilidad de la democracia que por su equilibrio de valores es tan vulnerable. Es el deseo de dinero, de poder o de afán de resaltar sobre los demás que en cada momento se manifiesta con matices diferentes, no lo sé. Quizás sea simplemente eso, la condición humana, que dice este especialista del hombre y que tiende a manifestarse extremosa en esta piel de toro que es extremada por clima y por historia.
Algo tan deseable en nuestro pasado como es el entendimiento entre las clases sociales que conforman el país y que se presentan envueltas en dos envases frágiles que llamamos izquierda y derecha, cada día se someten al forcejeo brutal del derribo, quizás por parte de los más irresponsables o al menos de los más atrevidos del tejido social. Porque es un hecho que cada desayuno de cada español viene poblado de alguna andanza de un nacionalista de menor o mayor cuantía que intenta poner el alma del común en un brete. Hay nacionalistas a lo mínimo y a lo grande, porque los partidos mayoritarios tienen cada uno una España distinta que no se parece a la otra en nada y discuten tajantes sin la menor intención de ponerse de acuerdo. Sólo poseerla, usarla, darse el placer de sentirse dueños de esta patria como una mujerzuela y siempre sin la menor intención de gozarla. El voto y nada más como llave del poder. Tenemos un pueblo, al menos una parte de él, demasiado acostumbrado al deporte de la conquista y no sabe que ya se pasó a la historia lo del medievo.
La derecha y la izquierda componen por igual esta tierra sagrada que es España. No a la una sin la otra, ambas en exactas dosis que oscilarán según las circunstancias y siempre en una perfecta espontaneidad; según una así es la otra, pues ambas se complementan y se determinan. Lo contrario es un suicidio que se puso en cuarentena con mi nacimiento; yo abrí los ojos en medio de una guerra, cuando ambas partes vertían la sangre del contrario. Hacedme caso, que yo entiendo, no permitáis a los que traen canciones de atrás. La única melodía es la que hace el viento en la ventana que nos invita a la vida cada mañana y no a la muerte. Hemos ganado; la otra mitad bajo el sometimiento, sin oportunidades. No sabemos convivir que consiste en esmerarnos con los perdedores para que se sientan protegidos con nuestra eficacia. Con lo bien que se nos da la amabilidad fuera de la política, el respeto para con los visitantes y el aplauso de los foráneos. Quedar bien con los extraños, pero cainitas con los hermanos, como si arrastráramos la maldición que se lee en el Génesis. Hace mal la izquierda en imponer sus muertos, lo mismo que hizo la derecha con los suyos; unos y otros hubieran sobrado para morir ahítos de sol. Llevo esperando en vano un presidente con coraje de la España nueva que pare las hogueras. Ya no sé si lo veré.