El desánimo circula por entre las filas del socialismo español a sabiendas de que el disparo fallido del debate del lunes puede resultar definitivo, entre otras razones porque no lo esperaba ni el propio PP, ni Feijoó, ni nadie de entre un PSOE confiado en que en un cara a cara entre ambos la capacidad de Sánchez le daría crédito frente a un adversario que en sus cruces parlamentarios siempre se había mostrado cauto, plano y escaso de argumentario político, pero la realidad es indiscutible y el gallego empatizó con la cámara ante un Sánchez fuera de sí y que nunca supo manejar ni el relato ni el ritmo del enfrentamiento y eso, por encima del mensaje, es lo que cuenta. Sánchez, en este sentido, cavó metros en el profundo hoyo del sanchismo.
El PSOE es un partido, a diferencia de otros, que solo sabe vivir en calma cuando toca el poder que representan las instituciones, de hecho su estructura es tan impresionante que para darle cabida necesita mucho hueco donde ubicar gente y cuando la urna le aparta del poder, como está siendo el caso, empiezan a sonar tambores lejanos que anuncian contienda; no sucede en formaciones menores, tipo Sumar o Vox que no suelen tocar poder, y pasa menos en el PP porque globalmente han gobernado mucho menos, pero el PSOE es un partido de gobierno, de enorme estructura y poder territorial y habituado a manejar un alto porcentaje de cargos públicos desde los que mantenerse como primera fuerza nacional. Si pierde, además, el gobierno de la nación, con él caerán otro montón de cargos públicos no solo en ministerios, sino en delegaciones territoriales, puertos, zonas francas, también en mancomunidades, grupos de desarrollo, consorcios… Y los gana el PP, que por el contrario no tiene gente para cubrir tanto, se está viendo que ya con lo que ha ganado le cuesta encontrar primeros espadas para escenarios principales en gestión pública y que cumplan con los dos requisitos principales de experiencia y de ser de confianza de quien los pone, no precisamente por este orden.
El PSOE, tras el debate, se agarra a las mentiras de Feijoó, como el archivo del caso Pegasus, ese acuerdo de Sánchez con Podemos que no le dejaría dormir, la gratuidad de la educación infantil existente solo en Galicia, que no es verdad, o los datos del PIB, pero el archivo de mentiras o, como él dice, de cambios de opinión de Sánchez es tan o más profundo, como negar que Zapatero congeló las pensiones en 2011 cuando sí lo hizo, que está ejecutando 183.000 viviendas cuando solo lo ha anunciado o que el PP nunca ha votado las leyes de igualdad cuando votó a favor contra la de violencia de género. Mentiras todas. Pero más allá de que sean mentiras, habría que detenerse en dos cuestiones esenciales; una, que esta sociedad ampara el engaño, no lo castiga, lo normaliza, está dentro del juego de la política, incluso lo justifica como estrategia posible en este engaño y show mediático en el que se han convertido las campañas y el hecho de que todos, más o menos, mientan ha terminado por convertir el engaño en un camino no solo posible sino aconsejable para engatusar el voto del electorado, que no lo censura y, dos, llama la atención que en un debate de este nivel y con dos moderadores de la altura de Vallés y Pastor no exista un sistema para detectar en directo un dato falso y aclararlo ante la audiencia para que este juego no sea posible, de manera que los presentadores no se convierten en meros árbitros de baloncesto que lo único que hacen es medir los tiempos cuando lo que deberían medir es la verdad, así también los debatientes se frenarían aireando datos erróneos. Una verdad devaluada, sin la cual es imposible tener una visión certera para, sobre ella, decidir el voto, por encima o en paralelo a las simpatías que cada cual pueda tener.
Lo cierto, al margen, es que tras el 23J y en función del resultado el PSOE ya mide la posibilidad de entrar en ese proceso cíclico en el que se cruzan navajas en las muchas casas del pueblo repartidas por el territorio, sobre todo en aquellas provincias donde ha sido borrados del escenario institucional. Como Cádiz, donde la ola azul ha arrasado ayuntamientos, mancomunidades, consorcios y, esta misma semana, Diputación de Cádiz tras el acuerdo entre PP y La Línea 100x100 con Almudena Martínez como no tan inesperada presidente por cuanto su solvencia personal y género la hacían la persona indicada, más en un momento en el que el PP tiene tanto que repartir que apenas le queda banquillo.
Por esto, y en función del resultado del próximo domingo, en Cádiz, como en otros sitios, se prevén cuatro años de disputas en la familia del socialismo, habituados a ellas a lo largo de su historia y más cuando se pierde el poder, que es cuando la calma desaparece y se buscan culpables a los que sentenciar para establecer nuevos órdenes jerárquicos.
Lo viral del cambio en Diputación no fue ni el hecho de que cayese en manos de la primera presidente del PP en colación con una formación independiente, ni tan siquiera de que haya sido así tras haberse formalizado el acuerdo y repartido todas las áreas de gestión tras una ardua negociación, sobre todo, interna para que todos los poderes dentro del PP aceptaran en buen grado tanto el acuerdo como el nombramiento final, tampoco el hecho de que el presidente de la Junta, Juanma Moreno, acudiese al acto en claro apoyo a la elección, sino el “ole tu coño” que una buena señora espetó a la reportera de esta casa Beatriz Anillo a las puertas de la institución en una pieza para el informativo y que todos los medios nacionales, todos, han rescatado para ensalzar la gracia gaditana, ni que decir tiene los casi dos millones de reproducciones en pocas horas. Ole tu coño es un término fácil, que todo el mundo entiende y al que la periodista responde con un “muchas gracias”soberbio, simpático, natural, que endulza el halago y que ha servido para que millones de españoles sepan desde 7TV que una joven presidente del PP se ha hecho con las riendas de la Diputación de Cádiz. Es ese el momento que vivimos, uno en el que la mentira importa más o menos lo mismo que la verdad y que el halago a lo más íntimo a una buena reportera interesa a todos por encima del relato político, uno que, siendo honestos, aburre hasta a los gatos de los tejados. Otra cosa hubiese sido si el piropo procediera de un hombre, sería, en ese caso, curioso comprobar la reacción nacional, mediática, política. Pero esa es otra cuestión.