El estudio genético de posibles enfermedades es clave para elegir a astronautas y turistas espaciales, que tienen que ser físicamente activos y con un historial médico impecable no solo por los riesgos del viaje, sino también por futuras enfermedades como la osteoporosis o las vasculares, que se ven acrecentadas con la microgravedad.
“Viajar al espacio conlleva exponer al cuerpo y a la mente humanos a un entorno que de entrada es hostil con diferentes componentes como la microgravedad, gravedad 0, la radiación, el aislamiento, el confinamiento o la limitación de recursos”, que afectan a nivel fisiológico y mental y para los que hay que prepararlos, explica a EFE el atleta Guillermo Rojo.
“La microgravedad y la radiación ejercen cambios en la fisiología humana, lo que significa que el cuerpo humano se adapta al espacio pero se desadapta a la gravedad terrestre”, y esto implica la perdida de masa muscular y fuerza y la pérdida severa de masa ósea, detalla Rojo, que asiste en Marbella (Málaga) a la cumbre internacional sobre turismo espacial y subacuático SUTUS.
Uno de los ejemplos más conocido es el de la osteoporosis. "Para una mujer posmenopáusica, una osteoporosis severa en la Tierra se estima que está en una pérdida de masa ósea en torno al 2 o 2,5 por ciento anual”, mientras que un astronauta pierde entre un 1,2 al 2 por ciento mensual, sobre todo en las articulaciones que soportan el peso del cuerpo, aclara.
Las enfermedades tras volver del espacio
El músculo cardíaco, que baja su rendimiento, y los ojos, debido al atrapamiento del nervio óptico, también se ven afectados, por lo que con el tiempo aumenta el riesgo de padecer patologías cardíacas o de sufrir cataratas tempranas o cefaleas.
De ahí la importancia de no tener antecedentes en muchas de ellas, porque el viaje aumentaría el riesgo de que aparezcan a posteriori.
Básicamente, un viajero espacial tiene que estar sano y no estar predispuesto genéticamente a desarrollar determinadas patologías -señala-, y para ello no solo se estudia su historial médico actual y “lo que viene en el ADN”, sino también el historial de sus padres y sus abuelos. “No es un capricho, hay una explicación para ello”, subraya.
Se trata de “predecir que enfermedades que podrían tener” y eliminar, en la medida de lo posible, tanto las derivadas de la herencia genética como las asociadas a una vida sedentaria.
Por ejemplo, “una buena salud cardiovascular facilita mucho no tener arritmias cardíacas durante un vuelo espacial, un infarto o que los vasos sanguíneos estén en condiciones adecuadas para soportar Fuerzas G importantes”.
“Esto es lo que un astronauta tiene que tener de serie”, apunta Rojo, que añade que “lo más importante que tiene que conseguir es un equilibrio de todos los componentes de la condición física”.
“Tiene que contar con niveles decentes de flexibilidad, control motor, coordinación, movilidad, fuerza y función cardiovascular, que es lo que está correlacionado con menos riesgo de enfermedad y de desarrollo de patologías agudas o lesiones.
Por otro lado, la absorción de alimentos y medicamentos no es la misma que en la Tierra, ni la aparatología física es igual de efectiva, y es algo a tener también en consideración.
Accesible, pero con riesgos
Llevar turistas a la Luna o a Venus, aunque cada vez parece algo más viable, no es fácil para la mayoría de los mortales, destaca Rojo, que sabe de lo que habla.
La responsabilidad de las empresas que se encuentran en esta nueva carrera espacial a la hora de hacer bien las cosas y de tener estas cuestiones en cuenta para seleccionar a los turistas espaciales o autorizar los vuelos en imprescindible.
Investigador, deportista de alto nivel y campeón paralímpico como guía, trabaja como preparador físico para la Agencia Espacial Europea y ha entrenado, entre otros, a algunos de los miembros del Cuerpo Europeo de Astronautas que viajan a la Estación Espacial Internacional o con el programa Artemisa, como el italiano Luca Parmitano o el frances Thomas Pesquet.
Ahora tiene la vista puesta en los Juegos Paralímpicos de París 2024, donde espera subir de nuevo al podio junto a su compañero Gerard Descarrega, y en el espacio, al que sueña con poder viajar más pronto que tarde.
Además, realiza un doctorado en el desarrollo de dispositivos de entrenamiento para el espacio y acaba de lanzar la patente del Maxforce, un aparato que permite precisamente eso: el entrenamiento de la fuerza en condiciones de microgravedad.
Actualmente, un astronauta hace una media de dos o dos horas y media de ejercicio físico siete días a la semana, en un programa que combina el entrenamiento cardiovascular y el de la fuerza.
El objetivo de este aparato, del que se siente especialmente orgulloso, es mejorar la eficiencia de estos entrenamientos en el espacio, ya que se reduciría el tiempo de entreno de la fuerza a 15 o 20 minutos diarios.
Este aparato, desarrollado para el espacio, también tendría aplicación en hospitales y de él podrían beneficiarse enfermos que requieren de largos periodos hospitalizados o encamados.