No parece normal que la Conferencia Episcopal, los obispos y arzobispos del reino de España responda a una parte de un todo, como si fueran ciertos organismos de la Administración, siempre escurriendo el bulto para no reconocer sus errores y así no devolver los importes de multas y sanciones improcedentes. No parece lógico. Se da por hecho que son personas cultas, preparadas, buenos conocedores del problema y de la mejor solución, aunque en demasiadas ocasiones no son las adoptadas.
Buen ejemplo es la respuesta del señor Arzobispo al afirmar que el Patio de los Naranjos no necesita ningún cambio de Estatuto jurídico porque la visita es libre… para residentes en Sevilla. ¿Y los de Bollullos? ¿Y los de Camas? ¿Y los de Badolatosa, son considerados sevillanos por la jerarquía eclesiástica? Como personas inteligentes deben saber que una verdad a medias es la peor de las mentiras. Porque siendo muy importante poder pasear, el fondo de la cuestión es mucho más profundo.
El problema del Patio de los Naranjos es el de las inmatriculaciones. El Arzobispado se ha lo apropiado como si fuera una propiedad anterior o lo hubiera comprado recientemente. Eso aconseja requerirles la presentación de los documentos de compra en unos casos o la prueba notarial de regalo en otros, de los más de cien mil bienes inmatriculados y adjudicados con la sola palabra del Obispo correspondiente. Porque no es igual visitar que disfrutar. Y esto es lo que buscan los colectivos, pues la forma de apropiarse esos bienes ha sido como mínimo irregular, y la reforma de la Ley en que se han basado está derogada.
El problema del Patio es doble: siempre fue visitable y disfrutable. Desde su inmatriculación nadie puede disfrutarlo ni puede ser conocido por visitantes. Es procedente que la Iglesia empiece a devolver todo lo apropiado a su legítimo propietario: el común. Porque lo que es de todos nadie lo puede privatizar, y estos bienes siempre han sido del común, de todos. El asunto es este y no vale disfrazarlo.