Hoy tenía ganas de hacer algo diferente. De hecho, en uno de los más aprovechables minutos pasados esta semana con un viejo compañero de fatigas, me había puesto esa obligación. Ya tenía hasta el título: la gota Malaya.
Pensaba, craso error por mi parte, hablarles de lo que significa una campaña electoral. Del coste personal que supone, de las horas de calle obligadas, del abandono familiar y de la noche electoral y el día siguiente. Tenía de hecho un esbozo en mi cabeza y pensaba dedicarle un espacio considerable a las mujeres, no a todas sino a algunas en especial. A las que llevan años resistiendo junto a sus compañeros de cama y mitin, a las que son el auténtico soporte moral de quienes dan la cara. Yo conozco a un par de ellas que son auténticas fuerzas de la naturaleza, gotas malayas que empujan, presionan e impiden con su ejemplo que su líder flaquee. Comprometido queda para otra ocasión porque la actualidad manda y, como cabía esperar a la vista de lo acontecido en anteriores semanas, no me va a quedar otro remedio que referirme de nuevo al convenio no-universitario. Verán, por principio me he negado sistemáticamente a darle a este apaño el nombre con el que los ¿responsables? del desgobierno que nos hemos, mejor dicho, nos han dado, se empeñan en bautizar. Así pues, al menos para mí y dado que lo de convenio urbanístico de Arroyo Vaquero y Guadalobón es un tanto largo, a partir de este momento, pasará a llamarse el convenio no-universitario o convenio de la no-Universidad.
Debo agradecer el haber tomado la pluma nuevamente con este motivo a la amabilidad de alguno de mis lectores que se han tomado la molestia de recordar anteriores colaboraciones mías en este sentido en los foros de nuestro digital Créanme que yo casi las tenía olvidadas pero al recordar lo escrito, recordar es volver a vivir, no me ha quedado más remedio que preguntar a mis habituales comadres de confidencias y no me gustado nada la postura del perro. Los rumores, antesala de las noticias, son continuos en los mentideros políticos. Las visitas a los concejales y concejalas -esto último no es apuntarse a las tesis de Bibiana sino poner de manifiesto una realidad económica- han sido recurrentes con objeto de intentar un cambio de criterio de última hora que, salvo sorpresa, llega muy tarde. Los intereses son de tal nivel que el normal de los mortales, mi caso es uno de ellos, no alcanzamos a comprender. Pero, como si de una teoría conspiratoria se tratase, hemos de intentar entenderlo. Imaginémonos una situación teórica: un grupo de empresas cuya actividad principal no tiene nada que ver con la construcción comete el error de subirse a la burbuja maldita. Explosiona ésta y los beneficios de años de trabajo sacrificado plantando y recolectando la vid de la que hablaba nuestro Señor, en silencio y siguiendo los pasos de años de educación y costumbre , se ven amenazados por las consecuencias de una ambición desmesurada que se ha echado en brazos de un mortal apalancamiento financiero. El camino a la solución está en manos de quienes, ERE que ERE, tienen el poder con mayúsculas para dar solución a los activos contaminados. El lunes, un día antes del pleno, las Cajas de Ahorros deben entregar al Banco de España sus planes de viabilidad para calcular los miles de millones que el Estado debe aportar para su sanemamiento. Al día siguiente, un acuerdo plenario podría desintoxicar los activos. ¿Me siguen?