Nos pasamos la vida descubriendo nuevos y buenos sabores o rechazando aquellos que nos desagradan, incluso nos hacen vomitar. Hay gente que en su paso por este planeta , lo hace poniendo pegas y dificultades, en una actitud perjudicial, no solo para ellos sino para todos los que les rodean
Se entrenan por las noches, y desde que alborea un nuevo día, muestran la detestable e inoportuna característica de convertir en amargo, todo lo que tenían las oportunidades de ser dulces, gratos y felices, y en ser los más antipáticos de los seres con los que nos relacionamos.
Pertenecen al club de los sabios que siempre opinan y sentencian, pero nunca han tomado ninguna decisión de gobierno. Ojo al parche, porque nuestros personajes, tras muchas noches en blanco dándoles al magín, ponen su imaginación, su ingenio y su creatividad en marcha para disfrutar de los buenos sabores.
Más allá de algunas estupideces y tonterías, que de todo ha de haber en la viña del Señor, los acontecimientos pueden resultar exitosos y hacer que nos sintamos eufóricos, y entre tantos aplausos y vítores, nos ponemos una inyección de estimulina y no nos dejamos llevar y atrapar por pensamientos negativos.
Muchas veces estamos hasta las narices de los que tanto en invierno como en verano, hay quienes se encargan de ponernos la cabeza como un bombo con peroratas y retóricas inútiles o a otros que se les va la mano gastando el dinero ajeno para recoger el óbolo corrupto.
Los buenos sabores de nuestro caminar nos ayudan a defender los valores, la capacidad y la honradez, frente a las memeces, los errores, las mentiras y los trapicheos, y tomar conciencia que lo que conseguimos en nuestras vidas no son ningún regalo, que no existe el triunfo sin esfuerzo, por lo que no podemos conformarnos a ser convidados de piedra en la toma de decisiones.
También aprendemos con la experiencia, a estar despiertos, disponibles, a ser sencillos y cordiales, abiertos y dispuestos, ya que la vida nos debería enseñar a no situarnos lejos de la realidad ni perder la perspectiva de las cosas.
No podemos ser prisioneros de la ingenuidad y por todos los medios procurar mantener las ilusiones intactas, y cuando defendemos y predicamos el efecto liberador de la cultura que nos hace más libres y felices, nos parece que tocamos el cielo con las manos o nos situamos como si estuviéramos en la gloria.
Ante lo que sucede a diario, hay políticos que, por distintas causas y razones, parecen como si vivieran en otra mundo. Unos porque se resisten a renunciar a la utopía y a admitir que el techo de la realidad ha de poner límites a la posibilidad de construir un mundo mejor.
Otros, porque hacen oídos sordos a las demandas de la ciudadanía, y sólo les preocupan los beneficios que ellos mismos pueden obtener de cada una de sus actuaciones y de según con quienes estén en cada ocasión y lugar. A nivel nacional e internacional estamos viviendo momentos de inestabilidad que desmontan causas que nos parecían inamovibles, provocan agresiones en foros parlamentarios que deberían ser templos para el diálogo y acuerdo o provocan caos en los que es imposible entenderse.
El sectarismo político se hace sitio donde no hay convicciones ni creencias , en dónde sólo hay lugar para las voluntades compradas y la gente que obedezca consignas, en los que falta dignidad y sobra la poca vergüenza , pero dónde más temprano que tarde no superan el test del contacto directo con los demás.
Son como la cara y la cruz del te compro o te mato, de la honradez y la corrupción, del mirar hacia dentro o hacia fuera, de la mezquindad y la ruina, del prestigio y la credibilidad, o la verdad y la decencia: No nos conformemos, ya que como diría Víctor Hugo, “con la realidad se vive, con el ideal se existe“.