En cualquier organización de cierto tamaño se hace necesario coordinar a las personas que la forman, para que su actividad se oriente a conseguir los objetivos comunes de la forma más eficaz y eficiente posible. No obstante, hay un límite al número de personas que pueden estar directamente a cargo de un directivo, y eso hace necesario agruparlas en departamentos que estén a cargo de un responsable. Para coordinar estas agrupaciones las organizaciones se estructuran según un esquema formal que define cómo serán las relaciones, las comunicaciones y los procesos de decisión. Esto permite a las personas saber cuál es su cometido y su autoridad, y da lugar a la cadena de mando que va desde la persona que ocupa el puesto más alto en la jerarquía hasta el nivel más bajo.
La creación de la cadena de mando debe ser un hecho gradual en la medida en que las organizaciones crecen y aumentan su complejidad, y se hace necesario conseguir una mejor coordinación. Además, la cadena de mando debe facilitar la transmisión de la información tanto desde la alta dirección hacia abajo, como desde la base hacia arriba. No obstante, como todo invento donde interviene el ser humano, se puede usar bien o mal. De hecho, en ciertos ámbitos hay puestos jerárquicos a lo largo de la cadena de mando que se deciden por criterios ajenos a la competencia, la profesionalidad y la experiencia. Se suele argumentar que la confianza es esencial para ocuparlos, pero la confianza no tiene como base solo la amistad y la buena voluntad, sino también la competencia y la capacidad. Cuando se prioriza lo primero sobre lo segundo se hace un flaco favor a las organizaciones, pero se garantiza la obediencia y la dependencia de a quien se asciende.
Todo se puede aprender, y cualquier ocupación tiene una curva de aprendizaje, pero suele costar tiempo, dinero y errores que pueden aprovechar otros. Nadie puede garantizar que no se cometan errores, pero si se sustituye la competencia y la experiencia en la cadena de mando por una cadena de favores de amigos sin ambas, parecería razonable esperar que esos cargos aporten poco más que un coste para esa organización, aunque pueden ser cortafuegos útiles en caso de que haya que asumir responsabilidades, y sean peones sacrificables para mantener intocables a los de más arriba. Por suerte, también hay muchos buenos directivos y muchos buenos empleados que hacen que sus organizaciones funcionen bien, incluso a pesar de algunos de sus jefes.