Todo comienza cuando tu vecino te dice que su madre padece Alzheimer. Que empezaron a sospechar un día que cogió la barra de labios para abrir la puerta del piso. Que se empeña en encender el termo con el mando a distancia y que empieza a confundir los nombres de sus hijos. Terminas de escuchar y cuando te despides de él, se adueña de ti una extraña sensación de vacío mental que antes de la charla no habías notado nunca. Tratas de tranquilizarte pensando en que los pequeños despistes que tienes no son para pensar que puedas padecer ese tipo de enfermedad. Aún así, te vas cavilando para tu casa. Terminas la jornada sin mayores incidentes y te acuestas a la hora de costumbre.
Amanece un nuevo día y te dispones a coger los papeles que necesitas para tus gestiones, pero la cita del médico no aparece, la carta para correos ha desaparecido de la mesa y la carpeta del seguro del coche no está en su sitio. El recuerdo de la conversación con tu vecino asoma de nuevo a tu pensamiento y lo repeles como el que repele una asquerosa cucaracha. Pero los cimientos de tu serenidad ya se han trastornado. Intentas calmarte inspirando a fondo al tiempo que haces memoria, hasta que de repente recuerdas que los habías puesto la noche anterior sobre la consola de la entradita. Entonces notas una agradable sensación de alivio acompañada, no obstante, por un sabor agridulce. Te reconforta el resultado positivo de tu ejercicio mental, pero te incordia haber tenido que padecer ese olvido. Te vas al cuarto de baño. Te das un buen afeitado. Un meticuloso cepillado para cubrir la calva que te acompaña desde hace tiempo y te aplicas un poco de colonia refrescante. Te diriges al portón y en el momento de girar el tirador suena el teléfono fijo. Sueltas los papeles y atiendes la llamada. Era de la tienda de Vodafone avisándote de que ya puedes pasar a recoger tu nuevo móvil. Te dan ganas de orinar y te vas a desaguar al váter. Sales de casa. La ilusión de estrenar nuevo móvil te alegra. Antes de ir a la tienda de telefonía te pasas por Correos para echar la carta, porque te coge mejor ese camino. Entonces adviertes que no llevas el sobre. Ni la cita del médico, ni la carpeta del seguro ¡cagüentó! Vuelves a casa. Te vas a la consola de la entradita, pero allí no hay nada. ¡La madre que me trajo! Buscas por todas partes y por fin encuentras los papeles junto al teléfono. Evidentemente los habías dejado allí para atender la llamada.
Bastante mosca, bajas de nuevo. Abres el buzón y coges una carta de la Seguridad Social donde te conceden una prestación que habías solicitado. No es mucho pero menos da una piedra. Tus ánimos se renuevan y un poco más contento inicias todo lo planificado. Vas de nuevo a Correos, pero el único sobre que llevas en la mano es el de la Seguridad Social que cogiste del buzón. De nuevo esa sensación de vacío mental se apropia de ti. Esta vez acompañada de un ligero sudor frío porque es el segundo olvido en una hora escasa y el nuevo despiste jode tela.
Regresas otra vez a casa, rebuscas por acá y por allá, pero los papeles no aparecen. Te sientas en la butaca y una nube espesa envuelve tu juicio. Te acuerdas de tu vecino el del Alzheimer Te levantas turbado. Exploras nervioso en tus neuronas y, por fin, recuerdas. Bajas la escalera a todo trapo y, efectivamente, en el buzón dejaste la cita, la carta y la carpeta. Finalmente consigues culminar los asuntos, pero tu cabeza te habla y tú la escuchas. Te fluyen mil dudas al mismo tiempo y no descartas visitar algún día al médico. Así acabas de momento este preocupante episodio de incertidumbres, que no termina de devolverte en su totalidad la normalidad deseada.
Los psiquiatras dicen que no debemos preocuparnos por estas cosas. Que en la mayoría de las ocasiones solo se trata de una simple falta de atención sin mayor importancia generalmente relacionada con el envejecimiento, pero que hay que evitar caer en la hipocondría a causa de ello.
Yo no digo que no, pero hace unos días fui a pagar en Mercadona y en lugar de la tarjeta del banco le di a la cajera la del médico. La verdad es que, por mucha cháchara tranquilizadora de los psiquiatras, a mí tanto despiste empieza ya a acojonarme.