Cuando habla de la locura, el poeta Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) recurre casi siempre a la misma cita de Spinoza: “nadie sabe lo que puede el cuerpo”. Inmediatamente aparece el tema del manicomio.
Por mucho que Leopoldo diga que prefiere mil veces la cárcel al manicomio, no ha hay que concederle demasiado crédito. No existe mejor morada que un centro de salud mental para un creador que tiene fe en lo que hace, puesto que allí es donde puede dedicarse, con absoluta tranquilidad, a perder su vida par delicatesse, como decía Rimbaud.
En realidad, los argumentos en contra de las instituciones psiquiátricas los ha copiado Panero, casi al pie de la letra, de distintos autores especialistas en la materia, elaborando con ellos una retórica hoy ya por completo desfasada y carente de todo interés. Sólo cuando se olvida de esos tópicos apolillados recupera Leopoldo cierta originalidad; así ocurre, por ejemplo, cuando define el manicomio como “una mezcla entre el Folies Bergère y el infierno de Dante”, lo que tampoco constituye una imagen para tirar cohetes.
En cuanto a su visión de la psiquiatría, nos encontramos con un problema similar: un estancamiento en premisas obsoletas y tomadas a la buena de Dios de varios teóricos disidentes de la mencionada disciplina. He aquí algunas muestras: “la psiquiatría delira”; “la psiquiatría es la consideración no humana de lo humano”; “la psiquiatría se encarga de reprimir y perseguir la experiencia mística y paranormal, pues no otra cosa es el loco que un iluminado”; “la psiquiatría es la persecución de la extrañeza”, etc. Consignas reiteradas hasta la náusea. ¿Qué tiene que ver todo este catecismo con la fascinante relectura de Mallarmé que ha sido capaz de realizar Panero en determinados períodos de lucidez? ¿Todavía no se ha enterad Panero de que la mente es una falacia y que el funcionamiento del cerebro se cifra con exclusividad en el dinamismo bioquímico y que, por consiguiente, toda psiquiatría no puede ser sino pura fisiología?
En una ocasión Leopoldo visitó en París al célebre psiquiatra heterodoxo Félix Guattari (coautor junto a Gilles Deleuze de L’Antioedipe. Capitalisme et schizophrénie) y, ni corto ni perezoso, aprovechó la consulta para largarle al eminente doctor una conferencia sobre la anorexia manicomial de tres cuartos de hora. Al finalizar su intervención, Guattari le dijo al poeta madrileño (según la versión de éste) que era el español más inteligente que había conocido. Panero, a la sazón, se dedicaba en la capital francesa a recoger basura como penitencia para salvar a sus habitantes, y el día que fue a ver al ilustre terapeuta le dejó como recuerdo un saco de desperdicios oculto detrás de una cortina de su casa. De los escritos de Guattari y Deleuze asimiló Panero la idea central del loco como límite del capitalismo. Y enlazando con Lacan (figura obsesiva y omnipresente en el discurso del autor de Narciso en el acorde último de las flautas), Leopoldo acusa a la burguesía de haber inventado el caos y el ateísmo, “para permitirse proscribir así el derecho divino de la nobleza medieval”.
Respecto a un asunto tan delicado como la pederastia, Panero manifestó lo siguiente en una entrevista de 2004 concedida a Alicia González (jaberwock.wordpress.com/…/entrevista-a-leopoldo-panero/): “no sé qué hay de malo en la corrupción de menores”, invocando de esta forma el principio universal de libre decisión, lo que es una apelación directa a Gilles de Rais, el verdadero e inolvidable Barba Azul, héroe nacional de Francia en la Guerra de los Cien Años y compañero de armas de Santa Juana de Arco. “Si pintas una diana en la puerta de tu jardín, puedes estar seguro de que tirarán encima”, escribió Lichtenberg (1742-1799).