El ser humano en el mismo momento de nacer tiene derechos y obligaciones que irá descubriendo en la medida que vaya encontrando un ambiente propicio para desarrollar sus potencialidades personales. No es el momento de plantearnos hasta qué punto influyen los genes, medio familiar y social o la educación que se le proporcione a cada una de las personas. La pregunta clave, tal vez la más difícil, sería qué papel ha de desempeñar cada ser humano en el mundo en que le haya tocado vivir y por qué.
Llama la atención que se hable y se escriba sobre descentralización, corresponsabilidad, diálogo responsable, dignidad de todas las personas, derecho a la libertad de expresión y opinión, pero se suelen hacer salvedades cuando una línea de pensamiento no coincide con el pensar “del grupo”, de quiénes suelen ver los fallos de los otros y encuentran dificultad de reconocer sus propias dictaduras.
Falta el reconocimiento de los distintos mundos como pueblos, culturas, religiones, dentro de un solo mundo humano, sin distinciones de primero, tercero ni cuarto mundo. Ese reconocimiento reclama, para que sea real y no simples escritos, la descentralización de las instancias de planificación y decisión para que la justicia llegue hasta el último confín de la tierra. Solamente la descentralización hará posible la participación efectiva y responsable de los distintos pueblos y estamentos.
Este tipo de actuación les debe ser recordado y exigido tanto a la ONU como a los demás organismos mundiales, incluida la Santa Sede. ¿Quién me puede prohibir recordar lo dicho por el profeta Isaías: “¿Sabéis cuál es el ayuno que agrada a Dios? Desatar las cadenas injustas, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos, repartir tu pan con el hambriento, dar vivienda a los sin techo, vestir al desnudo y no escabullirte ante el que es tu propia carne. Entonces surgirá tu luz como la aurora y se curarán tus heridas”.
Las nuevas tecnologías también hay que saberlas utilizar.
Por ello, habría que recomendar que nadie, bajo el anonimato convirtiera sus opiniones en dictaduras cobardes.
Las nuevas prepotencias, las dictaduras individuales o de grupos, los fundamentalismos, las radicalizaciones…son un grave desafío que pone en peligro a la misma vida humana. Pero, hay que hablar de un diálogo de pensamiento, de palabras y de corazones ya que la simple tolerancia se parece demasiado a la guerra fría.
Es necesario y urgente potenciar la convivencia cálida, la acogida, la complementariedad.
La hora actual reclama de todos nosotros, cristianos o no, una fuerte sensibilidad, una mística de vida ante los derechos sociales y laborales, ante los derechos de las migraciones y los derechos ecológicos. La inmigración forzosa o voluntaria hace patente la necesidad de hacer transformaciones solidarias en las instituciones El hambre no reconoce ni respeta fronteras.
El pragmatismo político internacional, desligado de las demandas de los hambrientos, desemboca en decisiones que benefician a unos pocos “afortunados”, mientras queda ignorado el sufrimiento de enormes sectores de la población humana. No podemos olvidar que existe una estrecha relación entre hambre y paz. Por ello, las decisiones y estrategias políticas y económicas deben estar guiadas por compromisos de solidaridad global y por el respeto de los derechos humanos fundamentales, entre los que ocupa lugar privilegiado el derecho a una alimentación adecuada.
Este mismo fin de semana se nos recuerda que millones de seres humanos están muriendo de hambre. La humanidad, en el inicio del tercer milenio, no puede permanecer sorda ante el creciente fenómeno de las migraciones y de los refugiados. Las súplicas de los que piden alimentos para poder sobrevivir deben ser escuchadas.
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