Vivimos en un país acostumbrado a vivir en la eterna dicotomía de las dos españas, y por mucho que la Selección de fútbol pusiese coto a la máxima afinidad emocional del españolito medio, lo que el balón ha unido, el balón lo ha separado ¿para siempre?. De la España roja y triunfadora, hemos pasado de nuevo a la España de madridistas y blaugranas, hasta enfrentarlos sobre el campo para romper esa unidad histórica alcanzada en el deporte, y ahora volvemos a usarlos como un todo para enfrentarlos al resto de equipos -también como un todo por sí mismos- para denunciar la tiranía de una competición liguera adulterada en la que los dos grandes compiten en superioridad de condiciones económicas sobre los otros dieciocho pequeños en liza. En Inglaterra ocurre lo mismo, pero no por culpa del dinero, sino porque unos juegan mejor que los demás, algo que ni siquiera se le pasa por la cabeza a los dirigentes españoles de unos clubes obsesionados con hacer caja -por cierto, en la diferencia abismal entre el Barcelona y el Madrid con respecto a los demás equipos, se supone que por su forrada cartera de billetes, a los dirigentes de los otros clubes se les olvida que nueve de los once jugadores que golearon el lunes al Villarreal pertenecían a la cantera, o lo que es lo mismo, el club no pagó ni un euro por sus fichajes-.
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